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𝐋𝐀 Ú𝐋𝐓𝐈𝐌𝐀 𝐔𝐊𝐔𝐈 𝐃𝐄 𝐋𝐀 𝐒𝐄𝐋𝐕𝐀

por Andres Ortega

Por: Diego Escobar  

Los tímidos truenos de la tarde, que cayeron cerca del río Anzú, son para mí una señal inequívoca de que esta noche habrá un cambio drástico en la selva. La lluvia que se avecina, después de días de sol y calor intenso, es algo que generaciones enteras han vivido, visto y sobrevivido en los tambos de la selva.

El viento inusual que recorre la corriente del agua, hace bailar a las hojas y hace rechinar las ventanas abiertas de las casas, es sin duda una señal. Mientras tanto, dentro del hormiguero, las hembras aladas se preparan ansiosas para ser copuladas por varios machos al mismo tiempo. Cuantos más machos, mejor; cuanto mayor la variedad genética, más fuerte y trabajadora será la colonia. Estas prácticas están en desuso entre los animales de dos patas, aunque en algunos casos se insiste en ellas como una forma de supervivencia, similar a la ukui, que es más una necesidad que un placer, aunque quién sabe.

Anoche, antes de ir a dormir, mi hijo gritó de dolor. Su madre, preocupada, le preguntó qué había pasado. Entre llantos desconsoladores y gritos de dolor, él dijo: “Me picó una avispa en el ojo”. Dejé la comodidad de mi cama y salí en su auxilio. Él me pidió: “Papá, llévame al doctor para que me saque el veneno”. Le pregunté incrédulo: “¿Estás seguro de que fue una avispa?” “Sí, papá, fue una avispa”, respondió él, mientras Yaku seguía gritando de dolor. Su madre le consolaba, mientras yo buscaba el insecto que le había picado. Pensé que debía estar en el cuarto, no debía estar lejos. De repente, mi esposa brincó y gritó: “¡Está en mi chompa!” Entonces, lancé al insecto al suelo y lo pisé. Finalmente, descubrimos al misterioso insecto que había picado a mi hijo. Al aplastarlo con mi zapato, mi esposa se aseguró de que el insecto estuviera bien muerto. El golpe fue tan fuerte que lo partió en dos. Identifiqué al insecto y le dije a mi hijo: “No fue un zancudo, es una ukui. Las hormigas no tienen aguijón”. Mi esposa, enojada, volvió su rostro hacia mí y señaló el aguijón en el abdomen del insecto, diciéndome con tono de ira: “¿No ves el aguijón?” Yo le mostré la anatomía de una ukui, explicándole que no tiene aguijón y que lo que le había picado eran sus mandíbulas. A pesar de haber sido partida en dos, la cabeza de la hormiga aún tenía fuerza para morder con sus poderosas mandíbulas, aunque esta fuerza se iba mermando con el tiempo.

Esta ukui salió antes de tiempo de su hormiguero, arriesgándose ansiosamente a ser fecundada por varios machos alados. Desesperada por vivir su noche y vuelo nupcial, la ansiedad le jugó una mala pasada. No esperó las señales del cielo, los truenos, rayos y fuertes lluvias para salir, y terminó aplastada y dividida en dos, todo por no esperar el momento adecuado.

Septiembre trae consigo un cambio en todo sentido: cósmico, espiritual, físico y energético. Todo esto debido a las hormigas ukui, las reinas de la selva. Su vida es cómoda; las doncellas se encargan de cuidarlas, los soldados protegen el hormiguero con sus poderosas mandíbulas, y las obreras aseguran que nunca falte alimento.

Quizás esta noche no sea aún la del cielo negro, los aterradores truenos, la lluvia pertinaz, las heladas en el páramo, los deslaves y derrumbes. Tal vez la reina de la selva, la ukui, no esté lista para salir. Aún puede ser que no quiera hacerlo, consciente de que no solo será responsable del cambio en todos los sentidos, sino también de que el homo sapiens, codicioso por obtener todo de la selva, intentará como cada año acabar con la mayor cantidad de hormigas posible. Usará todas sus artimañas, quemará reinas con gasolina y antorchas, intentando exterminar las pocas colonias que aún quedan. Después de todo, el homo sapiens es la única especie capaz de destruirse a sí misma y luego preguntarse por qué hay tanto calor y tantos incendios. No hay mucho que hacer.

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