Por: A. Maruri.
Lo miraba de lejos, no le daba mayor importancia y me solidarizaba con mis vecinos por su pesar. Mantenía mi rutina normal, con mi trabajo y mis ocupaciones de costumbre. Pero un día, de la nada, llegó la noticia confirmada: mi madre padecía cáncer.
En ese momento se me pasó la vida en unos segundos, mis ojos se hincharon y lloré de tristeza en un lugar apartado, saqué todo sentimiento atascado en mi garganta y no podía ni pronunciar palabra alguna. Fue bueno hacerlo, por salud, por terapia, por lo que sea.
Imagínate que la reina de la casa, mi madre, padezca de esta enfermedad. ¡Cómo puede ser posible! La que se desvela en las noches preocupada por sus hijos, la que madruga a prepararnos el desayuno mientras holgazaneamos en nuestros celulares, la que prepara los más deliciosos manjares que jamás haya probado, la señora guapa más popular de mi ciudad por su sazón y carisma, la que nos envía un mensajito de buenos días por Whatsapp y no le importa ser ‘visteada’, la que suda al caminar por plazas y mercados con las compras de la casa, la que teje y se apasiona viendo sus novelas turcas, la que reza a sus santos preocupa por el bienestar de la familia y amigos, la que añora el regreso de su amado cada día, la que me da sus mimos, besos y abrazos…
No ha pasado mucho tiempo, pero noto cómo todo ha cambiado. Las preocupaciones aumentaron y mi rutina se centra en viajes a hospitales y reportes a familiares sobre nuestros procedimientos. No todo ahora es inversión, ahora son gastos inesperados que caen como hojas secas cuan llegada del otoño. Ajetreos y malas noches, sumados a las preocupaciones de la oficina y el cumplimiento de mis obligaciones. Por otra parte, agradezco el apoyo moral de la gente cercana a nosotros con sus muestras de cariño. Lo estamos sobrellevando y reconozco el valor de la familia y de los amigos. Dicen que nuestros amigos son la familia que escogemos y ratifico esa aseveración. El valor de un ‘te quiero’ y de una señal de preocupación vale tanto como el agua en el desierto porque endulza y refresca el amargor de la preocupación. La fortaleza que tienen las emociones en verdad son medicinas que alivian el alma, como lo dijo el médico y lo avala la ciencia.
Con esta experiencia aconsejo abrazar más y dar gracias al universo y a Dios por la vida y el disfrute que merece, pues, como es sabido, se nos puede ir en un segundo.
¿Saben? Desde tiempos rebeldes de colegial y universitario crítico me alejé de las creencias religiosas, pero lo que he aprendido ahora, y me consta, es que existe una fuerza externa cósmica, en complicidad con la naturaleza que nos rodea, que hace que las cosas sucedan y nos pongan a seres especiales para afrontar las penurias de la vida. Esa fuerza externa, definitivamente es provocada por un Dios que todo lo sabe, un Dios espiritual que nos guía, presente en la gente que nos aprecia, en las cosas más sencillas.
Por ahora, estimados amigos, seguimos en los tratamientos y seguimos contentos por los resultados que esperamos de mi viejita. Sí, ella está en cama con malestar, pero con el optimismo que la caracteriza. ¡Es mi guerrera valiente!
Este relato es un desahogo que lo tenía que compartir.