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El que no ambiciona no tiene lo que le conviene

por Andres Ortega

– Venga acá compadre Ulbio, que con usted quería hablar… ¿Qué es eso de andar en sus muñequeos, quebrando cinturita… ¡Ya parece Judas en plena Semana Santa! Ya me contaron que lo vieron con cierto candidato como queriendo pescar a rio revuelto. Haber, explique…

– Es que… para ver si también se agarra alguito, compadre Indiscreto.

– Y, ya que tanta ambición tiene, no me queda otra que decirle, como le dijo el buen ladrón a Jesús en la cruz: “Acuérdate de mí cuando estés en tu reino”, así también usted, acordaráse de los pobres, cuando llegue a gobernar, que buen puesto le han de dar, jeje.

– ¡Ay, compadre! ¡No se haga! Que de usted mismo aprendí que el que no ambiciona nada, nada llega a tener. ¿Ya ve? Con tan buen maestro, tan bueno el discípulo, jeje.  

– Sí, es verdad, compadre. No solo de pan vive el hombre, también hay que tener ciertos anhelos, sueños y esperanzas en la vida.

– ¡¿Ya ve, compadre?! ¿No le digo? Si ser ambicioso en la vida no es malo, las ambiciones son como los sueños; hay que soñar despierto para dormir cómodamente.

– Como ejemplo le voy a contar un cuento…

– ¡Sale y vale, compadre! Me encantan sus cuentos, son mucho mejores que los que nos cuentan los políticos.

– Es que yo soy literato, no político. Desde chiquito mi papá me regaló un azadón para que cultive la literatura.

– A ver, mejor aviéntese ese cuento…

– Bueno; esto pasó en la mágica universidad de un maravilloso reino, de la cual el principito soñaba desde hace mucho tiempo con dirigirla desde que su padre, el rey, la gestionó para su comarca. Anhelaba en convertirse en el heredero legítimo, con derecho a sucesión, y ocupar los cargos de privilegio…

– ¿Y lo logró?

– En principio no; porque que se lo impedían y se lo impedían, y le hacían la vida imposible; porque decían que ya de su dinastía todos están como don pancho, por lo largo y por lo ancho y que los puestos se los gana, no se los hereda.

– ¿Y entonces?

– Hasta que un día no le quedó más remedio que hacer unos tejes y manejes para llegar a un puesto de cuasi, cuasi rector, siempre presto con la mira, claro está, de esperar el viento a su favor para alcanzar el tan añorado sillón.

– Esa historia me parece conocida.

– Claro pues; porque es la misma historia de siempre: ¡La del candidato único!

– ¡No me diga que ahí también hubieron unas elecciones medio raras! Como las que suelen hacerse por aquí; sin contrincantes que hagan peso, con solo una lista calificada y sin tener de donde más escoger.

– Así mismito, compadre; como quien dice: No quedaba otro remedio más que votar por él. y entonces, dicen que ganó abrumadoramente, arrasando con la votación y finalmente, llegó el día de la posesión y… ¡Elé!

– ¿Elé qué?

– ¡Un sueño al fin hecho realidad! Si en el discurso hasta le nombró a su papá, el gran rey y jefe de la dinastía; quién fuera el mentor, ejecutor e iniciador de la universidad…

– Quién también quería perennizarse en el poder, in sécula seculorum, pero que finalmente no le dejaron y casi, casi que lo sacan a la fuerza… ¿No ve? Parecida esa historia a nuestra realidad.

– Sí compadre; y las coincidencias siguen, ya que el padre no pudo seguir al mando, quería dejar como herencia a su hijo, hasta que finalmente su sueño se cumplió y el príncipe le dijo al rey: ¡Lo logramos papi!

– ¡¿Ya ve que compadre?! Que a la larga los sueños y ambiciones se cumplen, y si uno deja de ambicionar no muy lejos podrá llegar.

– ¡Qué’s pues, compadre Ulbio! Ya parece el maestro Yoda con esas sentencias al verrés… digo, al revés. Pero no es lo mismo tener ambiciones que pecar de ambicioso. Una ambición bien concebida es como un sueño muy anhelado. Pero una persona ambiciosa es aquella que trata de conseguir las cosas a toda costa, al punto de corromper los más sagrados principios y valores.

– Así como, por ejemplo, ya se escucha, de cierta autoridad que habría logrado negociar con tan alta magistratura, de tal manera que el fallo le salga siempre a su favor; y así entonces, continuar en el poder, hasta más no joder y colorín colorado el cuento se ha acabado.

– Igualito que usted, que se duerme en un partido y luego amanece en otro partido, como potro por los montes, eso más que ser ambicioso es andar de saltamontes.

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