Por: Guido Calderón
Si gana Luisa, a los pocos días Rafael retornará al Ecuador, consciente que ningún juez emitirá una orden de captura, ningún policía intentará detenerlo y los generales mirarán para otro lado. Semanas antes de la posesión, recorrerá los medios anunciando las medidas que él implementará y que ella ejecutará. Proyectará un dejavu de su inolvidable gobierno, donde él será la voz mandante y todos los demás deberemos obedecer sin pensar ni razonar.
El apego es una forma de resistencia. Resistimos al cambio y nos aferramos a las cosas que creemos que nos van a ser felices, pero todo es impermanente y aferrarse a algo que necesariamente cambiará nos crea sufrimiento. En la raíz de este apego está la ilusión del yo. Desde edades tempranas nos identificamos con nuestras ideas, nuestras creencias, nuestros discursos, pero ese yo es una ilusión; porque nuestros pensamientos cambian, nuestras ideas cambian, no somos hoy las mismas personas que fuimos hace 5 años ni las que seremos en 5 años más.
La principal causa del sufrimiento humano es ansiar retener a nuestro lado todo lo que en un momento nos hizo felices, pero es como apretar un puñado de arena, mientras más fuerza se aplica, más se escapa esa codiciada realidad. Y el sufrimiento es exponencial cuando creemos que nuestras ideas son más importantes que las de los demás.
Revivir los gloriosos momentos de Rafael en el poder, es la quimera de miles de personas, que se enriquecieron con el poder absoluto arriba y obediencia infinita abajo. Dan respiración boca a boca a un zombi político, difunden videos de inauguraciones, de lo felices que fueron las masas fieles y que él fue el mejor presidente de la historia sin fin.
Sin embargo, la vida ni se repite ni se detiene. Todo evoluciona. Rafael no es el sonreído joven que destrozaba conceptos capitalistas y resucitaba los manuales de izquierda. Ambas corrientes han mutado y él es un rancio vengativo.
El Ecuador de las manos limpias no tenía miles de influencers que hoy direccionan la opinión de millones de personas. En el Ecuador de hoy los carteles financian campañas. El narco está inmerso en la sociedad. Somos desconfiados. Doblegar a los medios no es suficiente y ejércitos de muchachos expertos en redes sociales, no nos pueden domesticar.
Inimaginable el sufrimiento diario de alguien que se droga con sus recuerdos y promete una oxidada realidad en blanco y negro. La vida es una sucesión de intervalos buenos y malos y cuando nos quieren vender solo instantes luminosos, sabemos que nos están mintiendo.