Por: Paulo César Gaibor
En estos tiempos, la política se ha convertido en un espectáculo. Los líderes ya no necesitan grandes planes ni soluciones concretas para problemas como la salud, la vivienda o la economía. Basta con dominar el arte del gesto, de la imagen impactante, del discurso provocador que llena titulares y redes sociales. Así, hemos pasado de una política de resultados a una política de apariencia.
Ejemplos de esto sobran. Jair Bolsonaro en Brasil, Donald Trump en Estados Unidos y Javier Milei en Argentina han demostrado cómo la imagen de autoridad y la retórica incendiaria pueden ser más efectivas que una propuesta sólida. Bolsonaro, por ejemplo, aparecía montando a caballo o sosteniendo armas para proyectar una imagen de fuerza y seguridad, mientras el país enfrentaba graves problemas sanitarios durante la pandemia. Trump, con su lema de “Make America Great Again” y su estilo desafiante, logró movilizar millones de seguidores, pero muchas de sus promesas clave, como la construcción del muro fronterizo, quedaron a medias o simplemente no resolvieron el problema de fondo. Milei, con su motosierra como símbolo de recorte del gasto público, ha captado la atención de los argentinos cansados del sistema, pero queda la pregunta: ¿detrás de la motosierra hay un plan viable para la economía?
Este tipo de política funciona porque vivimos en una era donde la percepción lo es todo. Las redes sociales han amplificado esta dinámica, permitiendo que un mensaje corto y visual tenga más impacto que una propuesta bien elaborada. La gente no quiere leer largos informes técnicos ni entender complejas reformas económicas; quiere respuestas rápidas y contundentes. Y es ahí donde los líderes populistas sacan ventaja.
Pero, ¿qué pasa cuando el gesto se agota? La realidad es terca y tarde o temprano se impone. Los problemas no se resuelven con discursos encendidos ni con videos virales. Las familias siguen enfrentando dificultades para llegar a fin de mes, los hospitales siguen desbordados y la inseguridad sigue siendo una preocupación constante. Es en ese momento cuando se evidencia la falta de un verdadero proyecto de gobierno.
Los ciudadanos no podemos conformarnos con la política del espectáculo. Es fácil dejarse llevar por líderes que nos dicen lo que queremos oír y nos ofrecen soluciones simplistas a problemas complejos. Sin embargo, es nuestra responsabilidad exigir algo más que palabras y símbolos. Necesitamos políticas reales, pensadas a largo plazo, con estrategias claras y resultados medibles.
En definitiva, la política basada en gestos vacíos puede ser efectiva para ganar elecciones, pero no para gobernar un país. Si seguimos eligiendo líderes por su habilidad para generar titulares en lugar de por su capacidad para resolver problemas, nos condenamos a vivir en un ciclo interminable de frustración y promesas incumplidas. Es momento de dejar de aplaudir el espectáculo y empezar a exigir soluciones reales.