– Oiga compadre Indiscreto… ¿Sabía que el juez Quito está en la cárcel 4 de Quito?
– Pues claro que sí, compadre Ulbio.
– ¡¿Y por qué está ahí?!
– Pues, porque no le dejan salir… ¡Por qué más va a ser, compadre!
– Eso ya lo sé, compadre; lo qué quiero decir es: ¡¿Por qué precisamente en esa cárcel?
– Porque esa es una cárcel tipo hotel de una estrella, que se implementó para que los pobres corruptos que caigan en desgracia se sientan un poco cómodos y no sufran tanto.
– ¡A esos corruptos deberían enviarles de una vez a la cárcel de Latacunga! ¡¿Por qué tanta consideración si esos roban mucho más que los delincuentes comunes?!
– Tranquilo compadrito Ulbio; no se me esponje, que la historia aún no tiene final; aunque el juez Quito no solo está en esa cárcel de Quito comiendo poquito, sino que también perdió su banquito.
– ¡¿Cómo que perdió su banquito?!… ¡¿Acaso ya le destituyeron de su cargo de juez?!
– Así es, compadre; dicen que el pleno del Consejo de la Judicatura se portó bien pleno y plenamente decidieron destituirlo.
– ¡Qué pleno, compadre! ¡Ya era hora! Por lo menos eso, porque no es justo que con tanta cosa siga cobrando sueldo…
– Bueno, ha cobrado hasta octubre, pero noviembre ya no va a cobrar; ni tampoco va a recibir las navidades, por más que haya escrito en su carta a Santa Claus que ha sido un buen niño este año.
– ¡Pero cómo va a ser un buen niño permitiendo por unos cuantos dólares que nos destruyan nuestro paraíso natural de Piatúa!
– ¡Óigame compadre! ¡Usted ha venido un poco belicoso el día de hoy! Mejor siéntese aquí un ratito, descanse y tome aire…
– ¡Es que me indigna, compadre! ¡Me indigna!… Uno más lo que se saca el aire trabajando para ganar tontera, mientras otros se enriquecen defraudando a la sociedad.
– Y le va a tocar seguir indignándose compadre, porque ya van apareciendo otros involucrados en el caso…
– ¡Quéeeee! ¡Otros más!
– Sí, porque ahora se ha denunciado que solo la mitad del soborno que ha estado ofreciendo el juez Quito por el sacrificio de Piatúa ha sido para el juez denunciante, la otra mitad ha sido para otro juez.
– ¡A ver, a ver! ¡¿Cómo está eso pues?!
– Mire, como han habido dos bolsas con plata, una azul y una roja; la azul ha sido para el juez denunciante y la roja ha sido para el Bolo Torres. Por lo tanto, de las dos botellas de whisky, la una también ha sido para el juez Torres… O como diría mi amigo Mustafá: “¡Jáfana jáfana!
– ¡Con razón han sido dos botellas! ¡Sí con una bastaba para celebrar el trato!… ¡Qué barbaridad!
– Pero no nos adelantemos a juzgar, compadrito; porque afortunadamente nosotros no somos jueces para juzgar a otras personas y toda persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario, así tenga cara de sospechoso… o más bien de culpable.
– Está bien, compadre
– Paciencia mi estimado Ulbio; esperemos que la Justicia diga la última palabra y que ojalá la diga sin que estén botellas de whisky de por medio… No ve que la borrachera hace decir tonteras.
– Sí, y después en el chuchaqui resulten angelitos y salgan abrazados los colegas jueces como grandes compadres.
– Bueno, como nosotros no somos jueces, esperemos que ellos tampoco sean compadres como nosotros… Porque no podemos caer tan bajo.
– Oiga compadre; pero es una pena que la Justicia esté en manos de gente como esa, que se venden como meretrices.
– No, no, no, compadre… ¡Tampoco desmerezcamos a las meretrices! Porque por lo menos lo que ellas venden se queda con entre ellas y sus clientes y no causan tan grave daño a la sociedad y a la naturaleza como una mal decisión judicial.
– Tiene usted toda la boca llena de razón, compadre Indiscreto.
– Bueno compadre, mejor para que le pase esa indignación que siente… ¿Qué le parece si mejor nos vamos a nuestro consabido volquetero de cada viernes?
– ¡Vamos pues, compadre!