Por: Dr. Franklin Tapia Defaz
Desde nuestra infancia permanentemente escuchábamos a nuestros padres, vecinos y miembros de la comunidad, ¡La única forma de garantizar un futuro de éxitos es la educación! Y lo expresaban con tanta convicción que aún en los sueños se fijaban figuras de médicos, abogados, docentes, ingenieros, militares, policías, ejecutivos, comerciantes, todos coincidentes en constituirse en personas productivas y de servicio.
Los padres conscientes y responsables a su vez consideraban, – la mayoría aún pensamos en lo mismo-, que la mejor inversión es formar profesionales con títulos que les respalde solvencia, experticia, capacidad, fundamentados en valores éticos, morales y patrióticos.
Recuerdo con nostalgia cuando expresiones como: ..no tenemos riqueza, pero lo único que podemos dejarte de herencia es la educación, ese es nuestro legado… Que sabio pensamiento, que razón tenían para mantener esa consigna que se iba transformando en una obligación, en un proyecto de vida.
No importaba ni importa en la actualidad, la infinidad de sacrificios, restricciones que se someten los padres, y más aún las madres, que anhelan que sus hijos alcancen un título que ellos no pudieron obtenerlo, pero ven en sus hijos la realización de sus sueños, a costa de un trabajo honesto, sacrificado y a veces mal entendido.
La vida de Colegio y de Universidad en muchos casos es una suma de sacrificios y limitaciones, ya sean de tipo académico, físico, económico, emocionales, de salud, que son superados a costa de una actitud positiva, de vencedores, sin claudicar ni amilanarse por la cantidad de penurias que se lo vence con gran empoderamiento.
Todo este trayecto de esfuerzo personal y familiar, se ve truncado, al no poder emplearse para alcanzar una mejor forma de vida, frustración que duele en el alma y que le lleva a una desesperación, porque todos sus sueños se caen a pedazos, al sentir tanta impotencia de mirar sus títulos en muchos casos de tercer nivel, cuarto nivel y aún de doctorados que no le sirven para nada.
En nuestro país aún antes de la pandemia COVID-19, se percibía una realidad lacerante con muchos jóvenes en la desocupación o subocupación, deambulando por las calles, haciendo colas interminables a un posible concurso de merecimientos y oposición, para recibir una respuesta que incrementa la desesperación, YA NO HAY VACANTES.
Que va a pasar luego de la pandemia, si las políticas de “austeridad” ha determinado la cesación de contratos, la pérdida de los derechos de tener nombramientos, el cierre de empresas, negocios, fábricas, proyectos, programas estatales, vamos a ser testigos de un sunami que conduce a mayor pobreza, miseria, narcotráfico, incremento de la delincuencia, prostitución, que conlleva a una sociedad injusta, inhumana, en donde podemos decir cómo se inicia, pero no podemos prever como termina, pero a ojos vista vamos al infierno de Dante.
El Ecuador necesita un cambio de paradigma estructural, que los mandatarios, autoridades, asambleístas, sean probos, honestos con estudios académicos que los respalde, que sancionemos sin contemplaciones a los que usurpan los dineros del Estado, que creen que la política es el mejor negocio de sus vidas, no para servir sino para robar.
Los jóvenes talentosos deben tener la oportunidad de trabajar y servir a la sociedad, que se premie los méritos y no la incapacidad de aquellos que asaltan el poder por cuotas políticas, y que hoy son paradigmas de la corrupción.