Por : Magaly Villacrés
Hoy los invito a viajar en el tiempo para añorar un detalle, algo común, en las madres: el delantal.
Quien ha tenido la fortuna de crecer junto a su madre, al igual que yo, no debiera olvidar los extraordinarios poderes con que vienen ataviadas estas mujeres.
Chancletas voladoras, miradas inquisidoras, oídos de largo alcance, dedos hábiles que descubren los más rebuscados escondites y ni qué decir de sus palabras y consejos, todos ellos respaldados por un sinfín de experiencias y teorías que serían la envidia de la misma CIA.
Siempre recuerdo el poder asombroso que se esconde en su delantal; ese trozo de tela que se transformaba en una manta mágica de cariño con el simple sacudir de las manos de una mamá hechicera, y que servía desde guante para agarrar cacerolas de una ardiente cocina hasta espantar zancudos, atrapar mariposas, apagar incendios y esconder golosinas.
Este misterioso trapo tenía la función de secar lágrimas y limpiar mocos de nietos inquietos, frotar caritas sucias y curar rodillas. El delantal también era un medio de transporte y aquí cabían huevos desde el gallinero a la mesa, y a veces, algún pollito para robar una sonrisa traviesa.
Tema aparte merecía cuando de matar una gallina se trataba. Aquí, el delantal se transformaba en capote taurino y en barrera paralizadora para atrapar a la infortunada ave.
Entre las virtudes del delantal estaba la de recoger frutos que caían de los árboles cuando ya estaban maduros, ocultar a niños tímidos y calentar en su regazo algún sentimiento infantil de temor.
Ese delantal se convertía en armadura cuando había que preparar la comida, bastaba mirar a la madre usar este sencillo atuendo para saber que alguien haría magia en la cocina; y si uno preguntaba ¿qué hay para comer?, ella respondía ¡comida!
Aquel viejo delantal conservaba lágrimas secretas cuando alguno de los suyos partía, así como sanaba heridas también las escondía. Era el abanico de las despedidas…
En recuerdo de todas esas madres que están, que ya se fueron y de la mía, tengo colgado un delantal en mi cocina, como si fuese la capa de una súper heroína y aunque llegue el otoño a mi memoria siempre agradeceré al cielo por la vida de la mía.
“Por ellas».