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EL DÍA DE LOS MUERTOS.

por Andres Ortega

Por: Edwin Mosquera G.

Al igual que todas las tradiciones y creencias culturales impositivas, el Día de los Difuntos o más conocidos como finados, es una mezcla maquiavélica entre una costumbre arraigada nativa ancestral, prostituida y adaptada en la conversión de los adeptos sumisos que adoptaron esta adaptación siniestra a cambio de un par de panes.

Es así que; la visión prehispánica, el acto de morir era el comienzo de un viaje hacia el Mictlán, el reino de los muertos descarnados o inframundo, también llamado Xiomoayan, término que los españoles tradujeron como infierno. Este viaje duraba cuatro días. Al llegar a su destino, el viajero ofrecía obsequios a los señores del Mictlán: Mictlantecuhtli (señor de los muertos) y su compañera Mictecacíhuatl (señora de los moradores del recinto de los muertos). Estos lo enviaban a una de nueve regiones, donde el muerto permanecía un periodo de prueba de cuatro años antes de continuar su vida en el Mictlán y llegar así al último piso, que era el lugar de su eterno reposo, denominado “obsidiana de los muertos”.

Mas sin embargo, en la actualidad se ha variado en la ideología misma de esta ceremonia, desde omitir que se trata de un conocimiento cósmico no religioso, hasta haber incrustado un pensamiento cristiano como es el del cielo, purgatorio y el infierno en el altar decorativo y puerta hacia el ritual, imposiciones que nuevamente se ven reflejadas en la imposición religiosa a palos, con conceptos.

Entonces se debe o no celebrar el día de los difuntos, pues no, porque carecemos del pensamiento e ideología cósmico de nuestros antepasados, y la caracterización de estas fechas es talvez ir a visitar la tumba de nuestros difuntos que los trecientos sesenta y cuatro días del año pasa abandonada, para solo en el día de feriado decorarlo con pompones y florecitas, que solo evidencias la falta de aceptación y culpa.

A los muertos no se les reza, no se les llora, se les recuerda por sus actos y se los lleva en un espacio dentro de uno para que así la imperturbabilidad no nos carcoma en vida.

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