– ¡Qué bueno que le encuentro, compadre Indiscreto! Yo quería… ¡Ele! ¡¿Qué’s pues, compadre?! ¿De dónde viene todo cansado, sudado, agitado y feo? Bueno lo de feo no me extraña, pues siempre ha sido así, pero de desaliñado sí.
– ¡Fea su abuela, compadre Ulbio! Si estoy así es porque vengo de adentro, de Unión Base. Es que fui caminando y vine caminado para hacer honor al gran curaca de todos los tiempos, el máximo líder… ¡Antonio Vargas!
– ¡¿Caminando dice?! ¿Así nomás? ¿En camisa, pantalón de tela y zapatos de zuela? ¡Que raro! ¡¿Se volvió loco de remate o qué?!
– ¡Claro pues! Es que me fui al funeral. No voy a ir de deportivo a darle el último adiós al mashi, como yo siempre le llamaba a nuestro compañero Antonio.
– Y, ¿por qué no me invitó? ¡Solito se ha ido! Eso si no avisa; pero a tomar y a otras cosas malas si primerito llega hecho el inquietoso.
– Es que yo dije: “si lo invito no ha de querer ir caminando”; con lo semejante pesado y bien cómodo que es. La idea era ir caminando, en honor a la gran caminata del 92, cuando Antonio presidió la gran marcha del movimiento indígena de todos los tiempos, que cambio el curso de la historia y desde Unión Base llegó a la presidencia de la República en Quito para conseguir la legalización de las tierras y que las nacionalidades tengan el derecho de posesión de su territorio ancestral.
– Bueno, eso sí. Yo en ese tiempo todavía era joven y estudiaba en Quito. Pero allá fui a verlos. Fue toda una locura, algo nunca antes visto, una multitud de gente que llegó a la capital con sus trajes típicos, con danzas al son de los tambores y gritos. Mucha gente se les unió, otros salieron a recibirlos con aplausos y todos pudieron ver que el Ecuador es tan lindo, tan diverso, multiétnico y pluricultural.
– Así es. Fue el primer paso que puso el movimiento indígena en lo más alto; le dio fuerza, grandeza y poder, que más tarde hasta terminaron derrocando a los gobiernos tiranos y antipopulares. Antonio Vargas luego ya de presidente de la CONAIE con la caída de Jamil Mahuad tomó el poder y llegó a ser presidente de la república, aunque sea por unos minutos, para luego formar un triunvirato y finalmente dejárselo quitar por los intereses y ambiciones de los políticos de aquel tiempo.
– Aquellos tiempos que ya no volverán. Nunca volvió a surgir otro gran curaca con la fuerza de Antonio Vargas. Nadie tomó ese legado de un gran luchador, dos veces presidente de la CONAIE, presidente de la OPIP, presidente de la CONFENIAE y Ministro de Gobierno… para luego morir como si no hubiese sido nadie.
– Ojalá que ahora con su muerte, su espíritu se encarne en algún nuevo líder, o lideresa, que sea capaz de volver a unir al movimiento indígena, como una sola fuerza, un solo puño, un solo movimiento capaz de alcanzar el poder. Al menos eso fue lo que se dijo en su funeral, que la semilla ha sido sembrada.
– Y tiene toda la razón compadre. Antonio no debe morir, su legado queda en el corazón de todos los amazónicos y su fuerza de gran guerrero debe resucitar en algún nuevo líder, un nuevo vástago; porque, como decía Dolores Cacuango: “Somos como la paja de páramo que se seca y vuelve a crecer”.
– Mucha gente le acompañamos hasta su última morada; allí mismo en su comunidad, en la tierra que lo vio nacer, donde florecieron sus más grandes ideales; allí donde se fraguó el ideal de lucha, donde se dio el primer paso de esa gran caminata, la marcha histórica del 92. Ahora su última caminata fue hacia el cielo, hacia lo alto, porque en el cielo también hay ángeles kichwas que lo estarán esperando.
– “De la tierra vengo y a la tierra vuelvo. Pero un día volví y ahora vuelvo, álsome, levántome de entre los muertos… “somos”, “seremos”, “soy”.
– Bueno, bueno; ya no se de lija ni se tire a poeta. Usted viene de la tierra, pero porque no se ha bañado.
– ¡Vaya, compadre! ¡Usted siempre me corta la inspiración poética!
– ¡¿Poética?! Más bien patética. Ahora, permítame que me vaya rápido a acicalarme…
– ¡¿Acica… quéee?!
– Chuta; me olvidaba de su falta de agricultura. “Acicalarme”, o sea “asearme”; porque yo sí que vengo de la tierra y por eso la traigo encima… ¡Ahí nos vidrios, compadre!