– ¡Opus Nigrum! ¡Hatma Ramastafaris!
– ¡Ele! ¡¿Qué le pasa pues, compadre Indiscreto?! ¡¿Acaso enloqueció definitivamente?! ¿Qué hace hablando tonteras y con ese perol viejo ahí? ¿O está practicando para brujo?
– Comprendo su inquietud de ignaro, compadre Ulbio. Pero lo que yo estoy haciendo aquí es un conjuro alquimista.
– ¡¿Un conjuro almaquista?! ¡¿Y qué’s ps eso?!
– Alquimista, compadre, alquimista. Los alquimistas fueron grandes maestros de la antigüedad precursores de la química, la filosofía y todas las demás ciencias.
– ¡¿Y eso para qué sirve?! ¿Para conquistar un amor no correspondido o qué?
– ¡Nada de esas tonterías, compadre! La alquimia sirve para descubrir cosas más importantes.
– Bueno, y ¿qué es lo que usted está tratando de descubrir?
– La forma de convertir el plomo en oro.
– ¡¿La forma de convertir el plomo en oro, compadre?!!!… ¡Chuta!!!… Discúlpeme, pero yo creo que usted va a tener que ir donde el sicólogo mismo… ¡¿Cómo va a ser eso posible?!
– Cuando se descubren los grandes secretos de la alquimia nada es imposible, compadre. Por eso nuestros grandes líderes de la política nacional han tenido que recurrir a conocimientos alquimistas para descubrir la fórmula exacta para convertir a asambleístas de plomo en asambleístas dorados en medio del complicado panorama de la distribución de fuerzas dentro de la Asamblea Nacional.
– ¡Bah, compadre! ¡No hable tonteras! Para eso no se necesitan almaquistas ni brujerías; para eso está el hombre del maletín.
– No me extraña esa visión simplista de la realidad que tiene usted, compadre; pero ya es hora que después de tanto tiempo de conocerme aprenda algo de los misterios de la vida. La política es mucho más que eso; es todo un mundo de conjuros, invocaciones, maleficios y experimentos maquiavélicos.
– ¿O sea que el cambio del voto de don Elías no fue porque le ofrecieron algo, como dice el Nebot, sino por un conjuro y todas esas pendejadas que dice usted?
– Así es, compadrito. Uno de los grandes anhelos de los maestros alquimistas siempre ha sido encontrar la piedra filosofal; así que el asambleísta Jachero, que de día voto por Kronfle, en la soledad de la noche seguro que reflexionó y descubrió su piedra filosofal, la cual le abrió las ventanas del entendimiento…
– Y entonces al otro día votó por la señora Llori y le dejó llorando al Konflex ese. ¿Y eso nada más por una piedrita? Yo mejor hubiera esperado al hombre del maletín.
– La piedra filosofal no es una simple piedrita, compadre iletrado. Es el pilar del conocimiento supremo destinado solo a los iluminados.
– Ya, ya… ¡No me diga que don Elías es un iluminati! Como esos del Codigo da Vinci.
– Bueno, no sé si da Vinci o da pena; pero de que se le iluminó, se le iluminó. Ojalá la iluminación de don Elías no signifique la oscuridad de don Jaimito.
– Sí; porque los otros maistros almaquistas, el Nebot y el Mashi, han de estar cabriados porque ellos no encontraron la piedra filosofal ni pudieron convertir a los asambleístas de plomo en oro.
– ¿No ve compadre? Ya está aprendiendo como funciona la alquimia. Y ahora, como esos dos grandes maestros alquimistas han de estar enojados, como usted dice; deben estar realizando terribles conjuros en contra de los que ellos consideran que los han traicionado.
– ¡Uy! No me quiero ni imaginar si uno de esos conjuros llega hasta nuestra provincia y nos oscurece el panorama.
– Imagínese nomás cómo estará el Mashi al ver que una mujer a la que en el pasado humilló y encarceló ahora está en mejor posición que él.
– Pues claro; mientras el Mashi se ha quedado de plomo, ahora la señora Llori brilla como el oro. Ahora sí creo que es posible que el plomo se convierta en oro y viceversa.
– Ya era hora que entienda, compadre. Por más humilde que sea nuestro origen, jamás debemos quedarnos al margen del conocimiento, aunque no hayamos encontrado nuestra piedra filosofal.
– ¡Futa! ¡Qué piedra filosofal ni qué nada! A nosotros las únicas piedras que nos toca cargar son las de la desesperanza, de la angustia…
– Y sobre todo la enorme piedra de la crisis económica, la cual siempre es descargada sobre los hombros del pueblo sufrido y trabajador.
– Claro; porque los que fueron convertidos de plomo en oro ya está felices en sus curules a salvo de cualquier conjuro que se lance para detener el derrumbe económico que amenaza con sepultarnos de una vez.