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En tierra de peliones… cuchara de palo

por Andres Ortega

– ¡Figúrese, compadre Indiscreto! ¡Estoy que me arde hasta la diferencia! Cómo va a ser posible que, siendo que en esta provincia la votación por el niño Quaker fue contundente, ganó con más del setenta y cinco por ciento, a tal punto que él mismo vino personalmente a agradecer.

– Bueno, cálmese un poco compadrito Ulbio y dígame, ¿qué es lo que le tiene indignado?

– Pues resulta que, una vez ganado, nos está poniendo directores en los diferentes ministerios e instituciones de relevancia a puro gente de afuera, puro foráneo venidos de quién sabe de dónde mismo serán.

– Pero algunos sí son sinceros en declarar que es la primera vez que vienen a conocer esta provincia.

– ¡Puchica! ¡Ahí sí se pasó el niño Quaker! Allí está en el Distrito de Educación uno venido desde Píllaro, en el Consejo de la Judicatura otro foráneo venido desde Quito, y en la ANT otro forastero de más lejos… ¡Desde Imbabura!!!

– Bueno pues, ha de ser que está acomodando a su gente.

– ¿Y nuestra gente? ¿Y los que votaron por él? ¿Dónde está ese setenta y cinco por ciento de votos que sumaron la victoria? ¡Que pendejada! Bien dice el dicho que mal paga el diablo a sus devotos. Cómo que aquí no hubiera gente capaz, preparada, profesional; gente que pueda sacar la cara por su provincia, o que por lo menos conozca de su realidad.

– Como quien dice, gente proba, o que por lo menos haya probado avena Quaker, jejeje.

– Pero la culpa la tienen los mismos ADNs, mientras que están que se muerden entre ellos, que pellizcan, se codean, se ponen la zancadilla, para sobresalir uno más que el otro y se pelean por los puestos, por desorganizados, ele, facilito les caen los foráneos y toma tu pendejada.

– Es que ahí está el meollo del asunto, compadre. Verá, hagamos una cosa; vamos a hacer una representación alegórica de la realidad.

– Esteee…, no le entiendo compadre.

– Mire, vamos a simular que yo soy el rey de un país muy, muy lejano y uste es mi cónsul en una de las provincias más lejanas de mi reino.

– Ah bueno… Y ¿Qué tengo que hacer?

– Bueno, yo como rey llamo a mi primer ministro y le ordeno: “¡Traed ante mí a mi cónsul de Paslandia”, y entonces llega usted!

– Oh, su majestad, he venido desde tan lejos ante su llamado.

– ¡Ya, ya! ¡Basta de formalismos! Te he mandado a llamar para saber cómo están las cosas en Paslandia. ¿Qué pasó? ¿Ya se pusieron de acuerdo?

– Este… No, su majestad; siguen peleándose por tratar de ocupar los mejores cargos.

– Muy bien, esperemos un tiempo; mientras tanto yo tengo que seguir organizando las otras provincias de mi reino.

– Lo que usted ordene, mi señor.

– Entonces, luego de un tiempo nuevamente le ordeno a mi primer ministro: “Mandad a llamar nuevamente a mi cónsul de Paslandia”, y buevamente llega usted ante mí.

– Oh, su real majestad, nuevamente eh…

– ¡Ya, ya! Vos siempre con lo mismo. Vamos al grano que soy un hombre ocupado. ¿Ya se pusieron de acuerdo allá para nombrar a las nuevas dignidades?

– Uuuu… ¡Nada que ver, su majestad! Siguen peleándose como perros y gatos sin dar su brazo a torcer.

– ¡Por la pct! ¡Ya me tienen harto estos paslandenses! No nos queda de otra, tenemos que elegir nosotros a las nuevas autoridades. ¡Primer ministro! ¡Vení acá!

– Ordene, su majestad.

– Reúne todo lo que sobró de las demás provincias de mi reino y envíalos a ocupar todos los cargos en Paslandia.

– ¿Y si nadie quiere ir para allá?

– Si nadie quiere ir, entonces selecciona a los peores, a los más pécoras o a los que te caigan mal y mándalos a trabajar allá como castigo.

– ¿Y si la gente de allá se queja por imponerles forasteros?

– ¡Que se quejen, pues! Que se pasen año y medio quejándose, a lo mejor así aprenden a que para pertenecer a una organización hay que estar dispuestos a colaborar entre todos y no matarse unos a otros por las mieles del poder.

– Se hará como usted ordene, mi señor.

– ¡¿No ve, compadrito Ulbio?! Algo parecido a esto que acabamos de representar es lo que debió haber sucedido con nuestra querida provincia.

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