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Las ciudades turísticas se quiebran

por Andres Ortega

Por: Guido Calderón

La pandemia ha puesto en duda el crecimiento económico de las grandes ciudades basado en atractivos turísticos y eventos atiborrados de viajeros. Se cancelaron shows, se vaciaron los comercios, la gran vida social citadina se eclipsó. Las grandes urbes ocupan el 2 % de la tierra, pero con sumen el 78 % de la energía global y producen el 60% de gases invernadero.

El turismo expulsó a los habitantes del centro de las ciudades, a la periferia; para rentabilizar hospedajes familiares como comerciales, lo que decantó en la ausencia de vida local en los sectores turísticos, que reemplazaron risas de niños y miradas de ancianos, por peligrosos seres de la noche.

Las grandes ciudades venían de una lucha por competir entre ellas como polos turísticos mundiales, construyendo atractivos faraónicos, ampliando sin fin los aeropuertos/shopping, ahogando de negocios sus áreas centrales, creando condiciones para epidemias, sistemas de transporte atiborrados que degradan el ambiente, horas pico infernales, micro vivienda en el centro que se desborda hacia arrabales regidos por la delincuencia, servicios básicos insuficientes, abastecimiento caótico, pobre gobernanza; canalizando a residentes y visitantes a la aglomeración en calles, espectáculos o restaurantes.

La pandemia ha roto este modelo turístico urbano de fantasía, lleno de desigualdades económicas y sociales; con grandes inversiones en edificios que no son habitados, sino comprados como inversión, disparando los precios de la vivienda; frente a la panalización de viviendas sin paisajes ni ventanas, que en el día a día anterior al virus, no importaban por la urgencia de ganar dinero; pero luego de meses de encierro vemos que es antinatural vivir y peor criar niños en esas condiciones.

Muchos buscan migrar a ciudades pequeñas o al campo. Gracias al curso acelerado de hiperconectividad obligado por el encierro, podemos tener ocupaciones on line, o plantear nuevos negocios; porque cada vez hay más trabajo, pero menos empleos. Vivir en la ruralidad, producir y comercializar directo al consumidor, antes era una opción para los antisistema; ahora es una urgencia a satisfacerse en la medida que traslademos las comodidades modernas al campo de la mano del wifi.

Estamos en un punto de quiebre, nuevas opciones de vida y de turismo, van hacia lo rural; en tanto, la plusvalía citadina cae en picada. Las ciudades están obligadas a re inventarse ya no en función de los turistas sino de los derechos de los residentes para mejorar sus ciudades, con gobiernos municipales transparentes y participativos, que impulsen una sanidad ambiental y social, como base del crecimiento económico.

 Peatonizar calles, ciclo vías, huertos urbanos, edificios ecológicos, energías renovables, apuntan a ciudades más solidarias con los ciudadanos que las habitan, antes que con los que  las visitan.

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