Por: Mihaela Ionela Badin
Estados Unidos vivió el lunes (22 de febrero) un curioso telescópico de la noticia: una colisión entre un cruel fracaso y un éxito rotundo. Por un lado, el anuncio de la Universidad Johns Hopkins de que el país había cruzado la siniestra marca de 500.000 muertes del Covid-19 y, por otro, la publicación por parte de la NASA del video que muestra el aterrizaje del rover Perseverance en Marte, el 18 de febrero. Por primera vez en la historia, una nave terrestre aterrizó en otro planeta.
Extraña paradoja de que este país, la principal potencia científica del mundo, que no controla la epidemia causada por el coronavirus en su propio suelo, pero que, en el de Marte, entrega una máquina de más de una tonelada al final de una maniobra terriblemente compleja. El espacio y la exploración del Sistema Solar siempre ha sorprendido, pero en las circunstancias actuales de la pandemia, esta capacidad parece exacerbarse. Por ejemplo, la película que muestra el aterrizaje de Perseverance solo en el canal de YouTube de la NASA tuvo casi siete millones de visitas en menos de veinticuatro horas.
El espacio, a pesar de que se está convirtiendo cada vez más en una cuestión militar, sigue siendo el lugar de la libertad simbólica, donde estamos parcialmente liberados de las tensiones geopolíticas, como lo demuestra, durante más de veinte años, la Estación Espacial Internacional, cogestionada principalmente por los estadounidenses y los rusos.
Y aunque la presidencia de Trump ha afirmado poner fin al multilateralismo, esto no se ha traducido en el espacio. El regreso de los americanos a la Luna, por ejemplo, será con los europeos, que proporcionan un módulo de la nave espacial Orión.
La misión de Perseverance es el primer paso en una aventura más grande, el regreso de muestras marcianas, en la que la Agencia Espacial Europea desempeñará un papel importante.
Los investigadores, a menudo, saben cómo olvidar las fronteras.