– ¡Qué tal, compadre Ulbio! ¿Cómo le fue en el día de la mujer?
– ¡Ach! ¡Calle nomás, compadre Indiscreto! Uno por más que se esfuerza en halagar y complacer a la mujer y ella nunca está conforme.
– Ya, ya, compadrito; deje de sulfurarse tanto, que ningún hombre en ninguna parte del mundo podrá satisfacer completamente a una mujer.
– ¿Y, por qué lo dice, compadre?
– Figúrese nomás, compadre, que Dios les dio cejas, ellas las rasuran y dibujan las suyas; Dios les dio unas bellas uñas, ellas las cortan y las arreglan a su gusto; también Dios les dio una hermosa cabellera, y ellas la cortan y tiñen a su gusto…
– Así mismo sucede con mi esposa, compadre.
– Así mismo, Dios les dio hermosos senos y ellas van donde el cirujano a cambiarse de forma y tamaño; Dios les dio unas lindas pompis y ellas van y les dan otra forma y volumen.
– Bueno, ¿y qué me quiere decir con todo eso?
– Pues, es muy sencillo, compadre: Sí Dios, siendo Dios, no pudo complacerlas… ¡Mucho menos unos simples mortales como nosotros!
– En eso sí creo que tiene usted toda la boca llena de razón.
– ¡¿Lo ve?! Pero no por ello vamos a desconocer que la mujer es un ser maravilloso que ha sido tratado injustamente por una sociedad que aún mantiene arraigado un machismo recalcitrante.
– ¿Y por qué lo dice, compadre?
– Mire, Ulbio; en el Día Internacional de la Mujer las llenaron de flores, les cantaron canciones, les dedicaron hermosos poemas, las pusieron en una nube y por un día les hicieron sentir que son mujeres divinas; como dice la canción: “No queda otro camino que adorarlas”.
– A mí me parece bien homenajearlas en su día.
– Sin embargo, ya pisando sobre la tierra y mirando las realidades, no quisieron votar por una mujer para alcaldesa, ni en Pastaza ni en Mera, donde habían valientes mujeres como candidatas. Y para la prefectura ni se diga, ni siquiera las tomaron en cuenta como principales, nada más que como viceprefectas; es decir, solo como suplentes y nada más.
– ¡Cierto ¿no?! Las mujeres siempre están en un plano secundario. Y lo que es peor, creo que ni las mismas mujeres se apoyan entre ellas; como dice el dicho que el peor enemigo de una mujer es otra mujer.
– ¿Ve compadre lo que le digo?
– Pues, ¡¿cómo voy a ver lo que me dice?! Lo que puedo es: “escuchar lo que me dice”.
– Ya, ya, compadre. No trate de vacilarme. Como le iba diciendo y solo por ponerle un ejemplo; si usted tuviera una amante, ¿cómo la trataría su mujer?
– Pues, de zorra, pitishca, vagabunda, fifiricha y quién sabe cuántas cosas más.
– ¿No ve? Para que vea nomás como se vulneran los derechos de una moza, jijiji.
– En verdad, si se unieran todas y decidieran poner una mujer como alcaldesa, hace mucho tiempo que lo hubieran hecho.
– Así es, compadre. Todavía no ha igualdad ni mucho menos equidad. Por más que se reformen las leyes, seguimos dentro de una cultura machista y misógina.
– ¡¿Y qué tiene que ver la religión?!
– ¡¿Cuál religión, compadre?! ¡¿Cuál religión?! En ningún momento he hablado de reñigión.
– Pues, entonces, ¿qué es eso de la misgonía… o no sé esa cosa que dijo?
– Ay, compadre, olvidé que estoy hablando con un iletrado cuyo léxico no pasa de las cien palabras. “Misoginia” es el desprecio de los hombres hacia las mujeres. ¿Entendió?
– Bueno, así hablando en cristiano cualquiera entiende.
– El caso es que así se trata a la mujer en nuestra sociedad: “¡Feliz día de la Mujer!”… Pero en política… ¡Qué sigan nomás viendo los toros desde lejitos!
– Claro, compadre; y eso que las mujeres son en muchos aspectos mejores que los hombres.
– Ahora sí habló con buen juicio, compadre. Ya es hora de dejarse de homenajes vacíos, discursos bonitos y tanta palabrería inútil. Hay que darle a la mujer el espacio que se merece para que pueda desarrollar todo su potencial en beneficio de la comunidad; solo así saldremos del subdesarrollo en que vivimos.
– ¡Eso, compadre! ¡Así se habla!
– Madre, esposa, novia, hija, nieta, sobrina, hermana, cuñada, abuela, vecina, prima, compañera, amiga… Gracias a todas ustedes por llenar el mundo de alegría.