– ¡Buenos días, compadre Ulbio! Le veo muy afanoso; hoy ha madrugado a trabajar. ¿Y para qué está cavando ese hueco? ¿Acaso va a sembrar un árbol?
– ¡Ay, compadre Indiscreto! ¡Si supiera el dolor que me embarga!
– ¡Ele! ¡No me diga que ya le embargó el banco y solo le queda enterrarse!
– ¡No, compadre! ¡Me mataron a mi Satanás! ¡No puede ser!!! ¡Ay, compadre! ¡Qué voy hacer sin mi Satanás!!!
– ¡Uy, compadre! ¡No haga asustar! ¡No me diga que estaba poseído o tenía pacto con el diablo!
– No, compadrito. Satanás se llamaba mi perro, y me lo han matado en vida… ¡Ay compadre!!!
– ¡Ahhh! Yo creí que le habían hecho un exorcismo.
– No hable tonteras y mejor ayude a cavar; y luego rezamos por el eterno descanso de mi Satanás. ¡Venga compadre, venga!
– ¡Pe… pero compadre! ¡¿Cómo voy a rezar por Satanás?? ¡No sea loco compadre! ¿No le parece contradictorio rezar por Satanás? Mejor siga cavando mientras yo le cuento que hay otros por quién también hay que rezar.
-¿Otros perros fallecidos? ¡No me diga compadre!
– Bueno, no precisamente perros, no hablando en el sentido animalístico de la palabra. Tampoco satanases, aunque sean unos diablillos.
– ¡¿Pero de qué mismo me está hablando, compadre?! No le entiendo.
– Pues le estoy hablando de los políticos que ya son cadáveres vivientes…
– ¡Ele! ¡¿Acaso se convirtieron en zombis o qué?!
– No todavía, compadre. Bueno, esperemos que esto no les afecte o les traumatice, y luego los veamos caminando como zombis por ahí.
– ¡Chuta! ¡Ahí sí ha de dar miedo caminar por la calle y de pronto encontrarse con uno de esos muertos vivientes!
– Pero si ahora mismo da miedo caminar por ahí a cualquier hora, con tanta inseguridad.
– Eso sí, compadre. Pero mejor cuente ¿cuáles son esos cadáveres en vida a los que se refiere?
– Los que hicieron hasta lo imposible para reelegirse y no pudieron, y se quedaron sin pan ni pedazo.
– Bueno pues, démosles su réquiem a esas pobres almas benditas. Usted dirá, compadrito.
– Empecemos: Un réquiem por el Jaimito, el que quiso, pero no pudo, porque la Ley no le se lo permitió.
– Te rogamos, óyenos…
– Un réquiem por esas almas afligidas que se quedaron como las lloronas porque su máximo líder no participó.
– Te rogamos, óyenos…
– Réquiem por la 61, que al verse sin candidatos a última hora improvisó.
– Te rogamos, óyenos…
– Un réquiem por el Oz que también quiso y nadie le acolitó.
– Te rogamos, óyenos…
– Movió fichas hasta el último momento, pero ningún movimiento lo acogió
– Te rogamos, óyenos…
– Un réquiem por los contratistas a los que la chaucha se les acabó.
– Te rogamos, óyenos…
– Un réquiem por el Guidmon de Mera, que también a pata se quedó.
– Te rogamos, óyenos…
– Bueno, creo que ya están todos.
– ¿Y por mi perro? ¿Por mi Satanás?
– ¡Qué perro ni que Satanás! ¡¿Acaso no le parece suficiente por los diablos que ya rezamos?!
– Pero mi perrito, a diferencia de los políticos, era muy leal; creo que es el que más se merece.
– Mire, compadre; le acolitaría con mucho gusto en ese menester si no le hubiera puesto un nombre tan feo a su mascota. ¡¿Satanás?! ¡¿Qué es eso pues?! Ya está igualito que la Bruja del 71. Eso pasa por ver mucho el Chavo del 8.
– ¡Pero…, compadre!
– ¡Nada de peros! Hasta yo me he de ver como un loco rezando por Satanás. ¡Qué’s pues! Sé que el pobre animalito no tiene la culpa, así como nosotros tampoco tenemos la culpa por las autoridades que elegimos, porque tampoco hay mucho de dónde escoger, sino lo que nos ofrecen, y votamos hasta por inercia puesto que ya no creemos en nadie.
– Tiene usted toda la boca llena de razón, compadre. Bueno, déjeme enterrar a mi perrito y que los políticos busquen ellos mismos quien les sepulte para que no anden como zombis por ahí.