Pedro Dávila Jácome
@pdavilaj
pdavilaj@gmail.com
Todos conocemos el término gratitud. Podría entenderse desde un concepto, una definición, un significado o un significante. Un valor o un sentimiento que constriñe al agradecimiento.
Etimológicamente la palabra gratitud proviene del latín, del vocablo gratitudo: que se estructura en dos pasajes, a saber: (i) gratus (agradecido/ agradable), (ii) tudo (cualidad). [Pérez Porto, Merino, 2009].
La gratitud se asocia al bienestar y viene ligada no solo de tragos amargos y tragos dulces. En el sendero del cuadro ajedrezado de la vida, nos corresponde aprender a degustar de estos tragos.
El tránsito del ciclo vital, nos enseña la virtud de aprehender a beber más del trago amargo, para que el cuerpo y la mente se temple en momentos de aflicción o discordia; y, aprender con moderación a saborear con prudencia, las mieles de los tragos dulces, efímeros o temporales.
Estamos acostumbrados a recibir y no a brindar, mucho menos a agradecer. Creemos que por eventuales prerrogativas que nos asisten, corresponde recibir de los demás grandes deferencias, reconocimientos, o socorros, y olvidamos el sentido de la verdadera gratitud.
Tarde o temprano reflexionamos sobre la gratitud cuando todo está perdido; cuando la confianza fue traicionada o la presencia de quien ahora añoramos se ha extinguido. La ingratitud nos minimiza, nos destruye, nos desune. Nos lacera.
De nosotros depende vivir la gratitud, con serenidad, sencillez y en humildad. Desterrar el vil orgullo que obnubila los sentidos, para deconstruirnos como seres humanos probos, con razón y sentimientos.
La gratitud es felicidad. La gratitud es bienestar. La gratitud es trascendencia; reconocer la gratitud nos hace libres de pensamiento y acción.
En la gracia de la empatía la gratitud se acrecienta, se consolida la sinceridad de las relaciones, y se destierra la hipocresía.
Que la vida nos devuelva el doble de lo quedamos, y la salud envuelva tus pasos en el día a día, en gratitud a la existencia.