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Turismo alcoholizado

por Andres Ortega

Por: Guido Calderón

El consumo de fermentos que nos embriagan es milenario y toda cultura tiene los suyos en base a materias primas abundantes en su zona. Los japoneses fabrican sake del arroz y los coreanos el soju, los norteamericanos hacen whisky del maíz, los rusos vodka con papa y en toda Latinoamérica fabricamos ron con jugo de caña o con melaza, producto que en cada país cambia de nombre: aguardiente, mamajuana, puro, guaro, singani, cachaza; que termina en el auténtico ron, cuando es madurado en barriles de madera. El tiempo los ennoblece y encarece.

En Ecuador existió la prohibición de fabricar y transitar licor desde 1909 hasta 1963, pero la alta demanda generó el licor de contrabando y Baños de Agua Santa, fue uno de los principales productores de aguardiente, al punto, que aún existe un escabroso sendero conocido como la “Ruta de los Contrabandistas”, personajes de armas al cinto que desaparecieron con la legalización de licor, que en la actualidad hay una oferta abundante de importados de buena calidad y nacionales tan malos que los comercializan en envases de plástico, que nos hace ingerir alcohol con polímeros diluidos.

La prohibición actual en Ecuador de fabricar licor mayor a 50 grados, mantiene vivo el licor de contrabando que al ser ilegal puede ser mortal, cuando no se le ha extraído el metanol, que se comprueba su existencia, quemando algo de licor en una cuchara y si la llama es roja significa que no debe ser ingerido y si es azul, hay un buen alcohol etílico de 60 grados que es lo más bajo que da nuestra caña, salvo la de sitios nublados, donde no se crea suficiente sacarosa en la caña, por lo que algunos destiladores agregan al guarapo: aserrín, que se convierte en metanol que deja ciego en el caso que se amanezca vivo.

El consumo del licor aumenta en el mundo y los buenos tragos son demandados, pero la destilería artesanal de 60 grados o más, al ser prohibida en Ecuador, permite al metanol circular libremente en las fiestas y verbenas populares, que los nuevos prefectos y alcaldes auspician con entusiasmo.

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