Por: Guido Calderón
Los sistemas mundiales de reservas informan en las últimas horas incrementos de hasta 1000 % para este verano en España. Las agencias -sobrevivientes- son optimistas. La vacunación en países de destino avanza lento, pero en emisores como Inglaterra o Estados Unidos va a buen ritmo. Los turistas no representarán un peligro de contagio a las poblaciones locales. Se habla del efecto kétchup, cuando uno golpea varias veces la botella infructuosamente y de pronto escapa un chorro muy grande de salsa. Tantos muertos que nunca vacacionaron, nos dejaron un mensaje muy claro.
El rebrote turístico enfrenta nuevos escenarios una vez se abran fronteras y eliminen restricciones a la movilidad. Hay una demanda contenida en sectores con excedentes que acumularon ingresos en el encierro, cuyo deseo por viajar superará los incrementos de precios por normativas sanitarias, equipos, insumos y aforos mínimos que dejan en zona fantasma miles de habitaciones y mesas. Las estadías serán más largas gracias al teletrabajo y por venganza contra el virus. La demanda se dirige a sitios famosos. Quieren rodearse de gente más que de árboles. Hay consenso en Europa para un carnet de vacunación.
Las amenazas son el rebrote posterior a Semana Santa, nuevas cepas, contracción de la oferta por miles de hoteles quebrados, pérdida del tejido empresarial. Inflación. Sobre endeudamiento contraído para sobrevivir. Clases medias -que son las que más viajan- muy golpeadas y muchos cabezas de hogar sin empleo. El miedo persiste en los sectores de mayores ingresos.
En Ecuador no tenemos un verano masivo ni afloramos en los sistemas de reserva. A los trenes y la aerolínea nacional los quebraron. Estamos inundados de blogueros que quieren exprimir al hotelero los últimos dólares que los municipios no pudieron apropiarse.
Quito Turismo no encuentra el bastón de ciego. Los salvadores préstamos estatales llegaron al 1% del empresariado. La hotelería citadina, sigue convulsionando, hoteles emblemáticos cerraron y enfrentan demandas laborales millonarias ante una burocracia que trata al sector turístico no como deudores que necesitan apoyo, sino como bandoleros que se niegan a pagar nuevos impuestos y liquidaciones; ante gremios que hablan lenguaje de señas. No hay divorcio entre empresa pública y privada, nunca hubo matrimonio.
El hospedaje informal reivindica a Salinas como el punto de encuentro de la irresponsabilidad nacional; asusta, conmociona y repite. El licor impulsa la recuperación turística playera. Los segmentos con excedentes buscan privacidad y aislamiento; en cada feriado sitios de naturaleza como Baños o Misahuallí se llenan y las ciudades quedan vacías. Aprendimos a sobrevivir con ingresos mínimos.
Mejorará la crisis sanitaria, pero el turismo tiene en los políticos su peor amenaza y tal vez una sentencia de muerte.