– ¡Audiencia pública! ¡El tremendo Juez de la Tremenda Corte va a resolver un tremendo caso!
– Muy buenas secretario.
– Muy buenas señor Juez. ¿Cómo está usted hoy de salud?
– Pues no muy bien que digamos; fíjese que el médico me ha dicho que tengo principios de Alzheimer.
– ¡¿Alzheimer?!… ¡¿Usted?!… ¡Pero si usted nunca se olvida de nada!
– ¿Y usted qué sabe de mi vida? ¡¿Quién es usted?!… Y, ¡¿quién soy yo?!
– Este…, yo soy el secretario y usted es el señor juez…
– Pues, entonces póngase cien pesos de multa.
– Pero… ¡¿Por qué señor juez?!
– ¡¿Por qué va a ser?! Para que ni usted ni yo nos olvidemos quién es el que manda aquí. Y ahora dígame qué caso tenemos para hoy.
– Un asambleísta que acusa a un prefecto de uso indebido de bienes públicos para promover la campaña electoral de otro asambleísta.
– Llame a los implicados en ese campañicidio.
– Enseguida señor juez: ¡Heeeenry Moreno!
– ¡Preeesente! Con la venia de la sala, sin ser fatuo ni sectario; quiero dejarle una gala al pelón del secretario.
– ¡Pero… Señor Juez! ¡Esta es una falta de respeto! ¡Póngale una multa!
– Esta bien, póngale quinientos pesos de multa y con eso cómprese una peluca. Ahora siga llamando.
– ¡Narciiiiisa Arboleda!
– ¡Aquí como todo día señor Juez! Bueno, no como todo día porque es la primera vez que ando en estas correrías.
– Pase y siga llamando, secretario.
– ¡Jaaaaimeee Guevara!
– ¡A la reja!
– Muy bien, creo que ya estamos todos. Ahora sí, díganme quién acusa a quién.
– Con su permiso, señor magistrado; en mi calidad de asambleísta y por tanto fiscalizador, tengo yo el honor de ser el acusador.
– Y yo voy a tener el honor de ponerle una multa si no se deja de tanta pompa. Ahora dígame: ¿De qué acusa usted?
– Pues, yo acuso aquí al señor prefecto y a la señora presidenta del Patronato de utilizar todo el aparato del GAD provincial para promover la campaña electoral en favor de su movimiento político y de sus candidatos a la Asamblea Nacional.
– ¿Está usted seguro de lo que denuncia?
– Completamente, señor Juez. Y estoy más que seguro que éste será el fin de su gestión, por cuanto las pruebas son claras y contundentes para la destitución del cargo de las dos autoridades.
– ¿Y usted qué dice señor prefecto?
– A mí no me preocupan las denuncias de este caballero, que aunque ponga tanto esmero, eso no me quita el sueño y presentaré las respectivas pruebas de descargo. Porque mientras otros se preocupan de hacer figuritismo político, yo estoy preocupado en hacer obras.
– ¡¿Y quién está haciendo aquií figuritismo político?!
– ¡Usted! Que ha pasado cinco años en la asamblea sin hacer nada.
– ¡¿Sin hacer nada?! Y le parece poco haber contribuido con treverenda “ley humanitaria” para despojarles de sus derechos a millones de trabajadores, y en plena pandemia… ¡Eso no hace cualquiera!
– Bien dicen, señor Juez, que la vaca se olvida que fue ternera. ¡¿Acaso a este señor no le ayudó cierto gordito para llegar a la Asamblea?!
– Bueno, bueno… ¡Orden en la sala! Y dejemos este caso para audiencia el próximo 15 de los corrientes. Ojalá con este Alzheimer no se me olvide.
– Para eso estoy yo para recordarle señor Juez.
– Pues recordarame también de ponerle otra multa, así voy afilando la memoria… ¡Eso es todo, señores!
– Ya era hora, compadre Indiscreto, que dejemos este juego de jueces y acusados.
– En algo hay que entretenerse, compadre Ulbio. Pero esto de impartir justicia ya me dio hambre; así que mejor vamos, le invito a un volquetero.
– Vamos pues, compadre.