– ¡Hooola, compadrito Ulbio! ¡Qué gusto me da volver a verle! No sabe la alegría que siento.
– ¡Ele! ¡¿Qué le pasa, compadre Indiscreto?! ¿Cómo así pues tanta zalamería de su parte? ¡No me diga que quiere que le preste plata porque no tengo!
– ¡Nada de eso, compadre! Lo que pasa es que yo creí que le habían quemado en año viejo. Ya estaba rezando diciendo: “Bueno era mi compadre, ánima bendita, que de Dios goce a fuego lento”, je, je.
– ¡Ya me imagino! ¡Eso mismo ha de haber estado deseando! Con lo maloso y mal intencionado que es. ¡Cómo si no lo conociera!
– Bueno, lo importante es que aquí está, vivito y coleando, y tenemos compadre para rato, para seguir chismeando.
– ¡Ay, compadre! Vengo preocupado y triste, este año parece que me tocó iniciar con pie izquierdo.
– ¡¿Qué le ha pasado, pues compadre?! A ver, cuente, ¿por qué viene suspenso y acongojado, así medio atolondrado?
– Es que le han dado el finiquito a mi hijo en el trabajo. ¡Y ya pues! Está en el desempleo. Y con la situación que está nuestro país. Un nuevo trabajo… ¡¿En dónde, pues?!
– ¡Ah, mi compadre! ¡Ah, mi compadre! No le queda otra que hacer lo que todo mundo está haciendo.
– Y… ¡¿Qué es lo que todo mundo está haciendo, pues compadre?!
– ¡Pues, sumándose a la campaña electoral! Apostando por un caballo ganador.
– ¡¿Caballos estarán participando en esta campaña?!
– Lo de “caballos es un decir” se trata de una metáfora. ¿Usted sabe lo que es una metáfora?
– ¿La esposa del semáforo???
– ¡Ay compadrito! ¡Qué falta de agricultura la suya! Una metáfora es una comparación.
– ¡Pues eso me ha de decir! ¡De gana se me pone a hablar en difícil pudiendo hablar en cristiano!
– ¡Chuta! ¡Con razón estamos como estamos! Si gente como usted es la que pone presidente, asambleístas y todo lo demás; porque son la mayoría. Y por eso los políticos nos mangonean y están destruyendo este país. Porque no nos cultivamos.
– ¡Ele! ¡Acaso somos papachinas para cultivarnos!
– ¡¿No ve?! Por eso le digo que le falta agricultura. Pero mejor volvamos a lo que estábamos antes de que me dé un colerín.
– Eso mismo le quería preguntar: Usted, ¿cuál caballo cree que ganará?… ¿No ve? Yo también hablo en semáfora… o en esa cosa que usted dice.
– Con electores como usted, a lo mejor gana una mula y no un caballo. Pero, hay que ir viendo como van creciendo las candidaturas…
– Y, entonces, ¿le apuesto?
– Sí, pero no se demore mucho porque puede llegar demasiado tarde y va a quedar como un vulgar oportunista.
– ¡¿Y si me equivoco de caballo y gana otro?!
– ¡Pues salados! Una apuesta es una apuesta, y así como se puede ganar se puede también ganar. Lo importante es que, en caso de ganar, le pueden dar un trabajo por más burro que sea. ¡¿No ve?! Cuantos colocados hay por ahí a los que solo les falta rebuznar… Aunque algunos sí rebuznan.
– Pero… no le diga burro a mi hijo…
– No lo digo por él; aunque algo, algo ha de haber heredado de su padre. Pero para eso está la política; para colocar a cualquiera en donde sea… aunque no tenga ni idea de por qué está ahí colocado.
– Oiga, compadre, ¿usted cree que gane el que más propaganda hace. Porque ya se ve coloreada completamente la ciudad con los colores de solo dos fuerzas políticas.
– Eso es lo malo, compadre, que los que más han saqueado y empobrecido a nuestra provincia sean los que se erigen como sus salvadores, tirando en sus millonarias campañas el dinero que le extrajeron al mismo pueblo para, una vez llegados al poder, continuar con la rapiña mientras el pueblo se hunde en la desesperación y el abandono.
– Pero, ¡¿qué podemos hacer?! Si a la gente, los más pillos les parecen los más simpáticos.
– Desgraciadamente tiene toda la boca llena de razón, compadrito. ¡Han pasado dos mil veinticinco años y…!
– Y… ¡¿Qué?!
– ¡Seguimos eligiendo a Barrabás!