Por: Pedro Dávila-Jácome
@lucky_pitt
Se aproxima el instante más oscuro del año (la noche más larga que el día) y a la vez la promesa del paso a la iluminación, que de forma paradójica comienza a regresar, en sinónimo de renovación; el solsticio de invierno (hemisferio sur) de cada 21 de junio, es el reinicio de la promesa de la luz.
Nos recuerda la trascendencia del cumplimiento de los ciclos; todos distintos con particularidades, envueltos en aciertos y equivocaciones, que da cabida a la vigencia del mecanismo de auto-corrección con la aceptación de la falibilidad para concretizar la mejora continua.
Los pueblos, las instituciones y los hombres estamos sujetos al principio de auto-corrección a decir de Harari, en “Nexus”, como una alternativa positiva para desechar la resistencia al cambio y a la transformación permanente en todo ámbito; somos vibración.
La noche más larga desde el silencio de su sombra con el solsticio, nos constriñe a re-pensar sobre la posibilidad de la necesaria oportunidad de renovación de los ciclos ya transitados, para emprender nuevos retos o procesos en el ejercicio de la introspección.
No es cuestión de reemplazar nada, sino de entender que el renovar es darle aire fresco a lo que existe para que continué floreciendo y no se marchite.
Que es cuestión de perspectivas o métodos, más no de erradicar principios, ya que aquellos sostienen nuestra esencia, es la oportunidad de mirarnos hacia adentro para evolucionar con serenidad en el temple de la fuerza y vigor que nos caracteriza, con apertura a ideas nuevas para fortalecer lo que existe, sin necesidad de negarlo.
Desde aquello es posible dar paso a la confluencia. Abrir nuevos espacios que nos permitan continuar con visión integral para el cumplimento de los compromisos y propósitos planteados para avanzar a un estado más amplio de contemplación.
Hay momentos en los que la cotidianidad de las acciones demandan una transición que no clama grandes ejecutorias sino pequeñas decisiones lúcidas que inauguren un porvenir más generoso.
Y es en ese umbral —entre lo que se ha hecho con entrega y lo que aún está por hacerse con firme convicción en nuestro compromiso — donde empieza, una vez más, el silencio que antecede a la luz