– ¡Oiga compadre Indiscreto! ¿Cuál cree usted que es la profesión más antigua del mundo?
– Pues, yo no sé compadre Ulbio; pero una vez escuché discutir sobre eso a un médico, un ingeniero civil y un economista.
– ¿Y en qué quedaron?
– Bueno, el médico argumentaba que, según la Biblia, Dios extrajo una costilla de Adán para crear a Eva; por lo tanto, realizó la primera operación quirúrgica de la historia.
– Eso significa que la Medicina es la profesión más antigua.
– ¡No, compadre! Pues los otros dos no estuvieron de acuerdo; porque según el ingeniero, primero Dios organizó el caos y creó la infraestructura principal, o sea el universo; por lo tanto realizó la primera obra de ingeniería.
– ¡Ah! O sea que la Ingeniería es la profesión más antigua.
– ¡No, compadrito! Resulta que entonces intervino el economista y les dijo: “¡Ustedes están locos! ¡¿Y quién creen pues que provocó el caos?!
– ¿Y quién creo el caos, pues compadre?
– ¡¿Pues quién más?! ¡Es obvio! ¡Algún economista! Por eso la Economía es la profesión más antigua.
– Yo no creo eso compadre… ¡Cómo van a servir los economistas para crear el caos! ¿En qué se basa para decir eso?
– ¡¿Y le parece poca prueba el tremendo caos que se desató en la Dirección Distrital de Educación?!
– Pero… ¡¿Eso qué tiene que ver con los economistas?!
– ¡¿Pues, acaso no fue un economista el que creó este caos que ahora vivimos?! Por eso, siempre que un economista llega a Carondelet es de tener miedo.
– ¿Y por qué pues?
– Fíjese; primero vino el economista Dahik y alborotó la Economía; luego vino el economista Mahuad y hundió la Economía, y por último llegó el economista más sabiondo de todos, el Mashi, y se llevó la Economía.
– ¿Y eso que tiene que ver con lo que pasa en la Dirección de Educación?
– Pues que ahora el sistema educativo es parte del caos que creó el economista… Ya porque ha venido viendo que allá en Bélgica la educación se ha sabido administrar por medio de distritos y circuitos vino a imponer lo mismo acá… ¡Dejándonos circuitados!
– Pero todo ha de haber sido con el propósito de ordenar las cosas.
– Vea, aquí en su taller, que se ve muy desordenado, usted sabe perfectamente dónde está cada cosa, cada herramienta; pero ¿qué pasó el otro día que vino su mujer y le dio “ordenando” el taller? ¡Usted casi se vuelve loco sin encontrar las herramientas y materiales que necesitaba!
– Sí, compadre; el orden para mí en realidad fue un caos.
– ¿Ve usted compadre? Precisamente a eso me refería. Si el sistema educativo está funcionado de cierta manera, aunque desordenada, y viene alguien y de la noche a la mañana pone las cosas de otra manera… ¿Qué pasa?
– Pues, se vuelve todo un caos, porque ni funcionarios ni maestros ni padres de familia saben qué hacer.
– ¡Claro! ¡Todo mundo se vuelve loco y reina el caos! Y eso pasa por imponer un orden ajeno al nuestro sin antes estudiar las características de nuestra sociedad y las condiciones en que se desenvuelve la vida diaria en cada rincón del país.
– Eso sí compadre; si solo entre Ambato y Puyo hay muchas diferencias.
– Tiene usted toda la boca llena de rezón, compadrito Ulbio; por lo tanto, el nuevo orden se debió haber dado de manera paulatina, estudiando bien el terreno, tomando en cuenta también la implementación tecnológica, ya que nuestro país no está al mismo nivel que Bélgica.
– Así es compadre; primero tenían que haber modernizado la infraestructura y el equipamiento.
– ¡Eso compadre! Con el desarrollo tecnológico que hoy en día tenemos a disposición, los padres de familia ya no deberían estar abarrotados frente a un edificio peleándose por un cupo, cuando esos trámites tranquilamente podrían realizarse desde el hogar a través de internet, o desde el celular con una aplicación.
– ¡Claro! Eso debería hacer el gobierno y nos facilitaría la vida enormemente.
– Sí compadre… Pero eso sería como pedirle bendiciones al diablo. Porque allá en el gobierno están ensimismados con la eterna pregunta cósmica y espiritual que envuelve a todo gobernante: “¿Y ahura? ¿Cómo nos repartimos el país?”
– Bueno compadre, a nosotros no nos queda más que repartirnos unos volqueteros.
– Pues, vamos compadre… ¡Al Obrero!