Inicio Entrevistas El pan de Susanita: El secreto del sabor está en la experiencia

El pan de Susanita: El secreto del sabor está en la experiencia

por Andres Ortega

Quien no ha probado el pan de “Susanita”, no es de Puyo. La tradicional panadería cumplió en enero, 40 años de servicio con la calidad de servicio que le caracteriza.

Susana Arias, nuestro personaje de la semana, en entrevista para Semanario El Observador, reconoce que el experto en la materia es su esposo Segundo Luis Moya, quien trabajó desde muy joven en el arte de hacer buen pan. Adicionalmente, reconoce en él otras cualidades como padre y persona.

Susanita, es oriunda del cantón Píllaro, provincia de Tungurahua y vino a Pastaza con sus padres que adquirieron una propiedad vía a la Diez de Agosto.

Como era común en las épocas de antaño, su matrimonio ha sido sólido, prolongado y único. Luego de varios años de noviazgo, contrajeron matrimonio cuando ella tenía 17 años y él 27. Siguen juntos. Ya están por cumplir sus bodas de oro.

En su debido momento, tuvieron la oportunidad de trabajar por cuatro años en las Islas Galápagos en un hotel realizando varias actividades, experiencia de la que tiene muy buenos recuerdos.

Está en su memoria permanece claramente el primer día que instaló su panadería. Fue el 20 de enero de 1982 en la casa de don Segundo Zúñiga. En ese tiempo había pocas panaderías, prácticamente solo “La Reina” de don Miguel Conde, “Pan de Casa” de la Sra Esperanza Cueva y el “Rico Cacho,” que era un Sr que no tenía local, sino que vendía recorriendo las calles de la ciudad.

Luego de aproximadamente 1 año se trasladó al lugar donde está la panadería actualmente. Esa era propiedad de don Lucho Bombolina, pero luego de los años, el propietario falleció y dejó encomendada como última voluntad a sus cinco hijos (que viven en los Estados Unidos) que vendan el inmueble a la pareja dueña de la panadería que ya arrendaba por 35 años. Hoy las instalaciones son propias, aunque para adquirirla debieron contraer una deuda que aún mantienen.

Después de aproximadamente 5 años de funcionamiento de la panadería empezó con la venta de los desayunos, por pedido de los clientes.

Fue desde el principio anticipada por su esposo que este oficio requiere un gran sacrificio, ya que toca madrugar todos los días para que el pan este fresco y calientito. Recuerda que décadas atrás trabajaban alumbrados por la “petromax” que era una especie de lámpara con un foco hecho de una tela parecida a una gasa, que usaba gasolina como combustible y alumbraba un poco más que una vela. En aquel entonces, la luz eléctrica solo se proporcionaba por horas. Todo era manual y no había muchos aparatos que ayudan en las labores “hoy todo es tecnificado.”

Su trabajo le brinda satisfacción, pero al mismo tiempo reconoce que tiene su lado difícil porque requiere una entrega total. No hay descanso, es de domingo a domingo. Desde la pandemia tampoco se ha tomado unas vacaciones, aunque sean cortas, “para descansar me sobra el tiempo en la eternidad,” dice. Las palabras de los clientes que reconocen el sabor del pan y agradecen por la buena atención le llenan de alegría y ánimo para continuar trabajando personalmente, porque bien podría delegar a sus empleados que se hagan cargo del negocio.

Tantas personas que han pasado por su panadería, empleados de grata recordación en unos casos y de ingrata recordación en otros, sin embargo, con ninguno han sido egoístas, todos los que se han ido, se han ido aprendiendo los secretos del sabor.

Agradece a la gente por la gran acogida y el cariño recibido, se siente parte de la ciudad y del pueblo y eso la hace feliz. Continuará con su emprendimiento y con su trabajo diario hasta cuando el todopoderoso le preste la vida, que seguramente será por muchos años más, a juzgar por su semblante.

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