– ¡Hola, compadrito Indiscreto! ¿Qué tal le fue en el partido de fútbol?
– Ni le cuento, compadre Ubio: he jugado el mejor partido de mi vida. ¡Soy el mejor! ¡¡Metí tres goles!
– ¡Qué buena cosa, compadre! ¿Y cómo quedó el juego?
– Perdimos dos a uno.
– Vaya pues, compadre; de modo que se mandó dos autogoles. No sea así; mejor, ¿por qué no se va al paro?
– Pues claro, compadre Ubio. Tenemos que poner nervioso al gobierno.
– ¿Y qué va a reclamar?
– Pues… Trabajo
– ¿Y si le ofrecen trabajo?
– ¡No sea aguafiestas, compadre! Además, nosotros no necesitamos ir al paro porque ya estamos en paro… ¡¿No ve que ni camellotenemos?!
– Así es, compadre. Vivimos de sobresalto en sobresalto.
– Sí pues, si seguimos así vamos a tener un paro… ¡Pero cardíaco, compadre!
– ¡A dónde vamos a parar con estos políticos!
– Bueno, no sea tan exagerado ni pesimista, compadre; que aquí en el Ecuador tenemos los mejores asambleístas.
– ¡¿Los mejores asambleístas diceee?! ¡Acaso se volvió loco, compadre!
– Claro pues, compadre; tenemos los mejores asambleístas que el dinero puede comprar.
– Eso sí ha de ser. ¿Y qué me dice del gobierno?
– Pues, le diré que con el anterior gobierno estábamos al borde del abismo.
– ¿Y con éste?
– Con éste, hemos dado un paso adelante.
– ¡Ele, chuta! ¡O sea que ya de una vez nos caímos al abismo, pues!
– No se alarme compadre; además, este gobierno está ahorita como el bikini.
– ¿Cómo el bikini, dice?
– Así es, compadre; nadie sabe como se sostiene pero todos queremos que se caiga.
– Bueno, compadre; pero… ¡Para qué estar haciendo relajo! ¡Nada sacamos con eso!
– Mire, compadre; para que vea lo importante que es el relajo, le voy a contar un cuento.
– A ver, a ver. Cuente, cuente.
– Estaban todos los pasajeros en la sala de embarque esperando la salida del vuelo cuando de pronto llega el copiloto impecablemente uniformado, con anteojos oscuros y un bastón blanco tanteando el camino. La empleada de la compañía aclara que, si bien es ciego, es el mejor copiloto que tiene la aerolínea.
– Bueno, ¿y de ahí?
– Al poco rato llega el piloto, también con su uniforme impecable, anteojos oscuros y un bastón blanco asistido por dos azafatas.
– ¡Chuta! ¡Así yo no me subo al avión!
– Pero la encargada de la sala les tranquiliza diciéndoles que, si bien el piloto también es ciego, es el mejor piloto que tiene la Compañía y que, junto con el copiloto, hacen la dupla más experimentada.
– ¡Uy! ¡Qué nervios!
– Bueno, con todos a bordo, el avión comienza a carretear, tomando cada vez más velocidad y con los pasajeros aterrorizados. El avión sigue tomando velocidad pero no despega… continúa la carrera y sigue en tierra. Cada vez el final de pista está más cerca y en una explosión de histeria general los pasajeros comienzan a gritar como poseídos.
– ¡Oh no! Ese rato me da un infarto.
– Pero en ese momento el avión, milagrosamente, toma altura. Entonces el piloto le dice al copiloto: “El día en que los pasajeros no griten… ¡¡¡Nos hacemos mierchis!!!”
– Bueno, ¿y eso qué tiene que ver con el paro?
– Que en este país gobernado por ciegos, hay que gritar para levantar vuelo.
– Bien, entonces: ¡Iza, Iza, Iza… comienza la paliza!
– A ver quién gana: ¡Dora, Dora, Dora… me voy para Pandora!… ¡Ojalá allá también haya volqueteros, compadre!