Por: Guido Calderón
La inmersión del Ejército Ecuatoriano en la lucha contra el narcotráfico bajo el modelo actual: capturar terroristas y entregarlos a jueces que los liberan, no será exitoso y sino que empeorará.
Esto ya sucedió en México, con una base de la pirámide militar formada por gente de estratos económicos bajos, atraídos por las grandes cantidades de dinero y riquezas acumuladas por los narcos. En la punta de la pirámide los oficiales fueron infiltrados desde el principio, para direccionar operaciones militares contra ciertos grupos terroristas en beneficio de otros.
Luego vinieron los reclutamientos directos de militares que con experiencia en el narco combate, recibieron jugosas ofertas y pasaron a dar seguridad a los jefes de los carteles. Al conocer a cabalidad el negocio, los contactos y rutas, los ex militares, constituyeron su propio cartel y con la experiencia táctica, fácilmente superaron a los otros carteles, con civiles de gatilleros, que no tenían oportunidad contra comandos.
Es la historia de los Zetas que, de cuerpo de élite entrenado contra el narco, pasaron a ser el cartel más sanguinario y temido de México, que se desbandó por rencillas internas y una parte se transformó en un cartel más de los muchos que coexisten en el país azteca, cuyo poder traspasa sus fronteras y los tenemos aquí en Ecuador contratando pandillas sin entrenamiento militar, aún.
Para tener éxito en esta guerra, hay que reestructurar el sistema judicial y evitar que los terroristas se beneficien de su protección. Depurar un ejército que está infiltrado, distanciarlo de los políticos y pasar por el polígrafo a sus integrantes. Atacar las finanzas de los capos y reformar las leyes que los protegen.
Pero lo más crucial, es eliminar la inmunidad de los socios políticos de los carteles que frenan toda acción desde la Asamblea y tratan de proteger a los terroristas, a través de los cuales controlan sectores de alta concentración de votantes, lo que ya se refleja en los resultados electorales en dos elecciones seguidas.