Por: Guido Calderón
Una persona ha caminado por la selva todo el día, se derrumba convencida que no puede dar un paso más. Un ligero ruido y descubre un tigre acechándola: se levanta y corre a toda velocidad. Nuestras emociones negativas no están para hacernos sufrir; nos permiten sobrevivir y triunfar. El ansioso delantero del equipo de fútbol, está listo a correr en el momento oportuno al sitio preciso y meter el gol.
Pero las emociones pasan factura y son temporales. El que corrió del tigre amanecerá adolorido, pero no pasará toda su vida huyendo. El que metió el gol, irá a festejar. Esto sucede con todos los actos de nuestras vidas. Los impulsados por emociones buenas, nos recompensan; si son producto de emociones negativas: pagamos el precio.
Los populistas, sindicalistas y comunitarios saben manejar las emociones negativas más elementales y sus seguidores son igual de básicos. Los excitan ofreciendo justicia, venganza; los conducen a vidas grises, llenas de odio y objetivos atroces: incendiar el Ecuador y refundarlo con ellos en el poder.
Ante esta peste populista, ahora más que nunca es necesario promover el turismo. Mostrarle al ecuatoriano que hay un país amable, con miles -sino millones- de personas cuya meta en nuestras vidas es hacer feliz a la gente. Que trabajamos 24/7 para implantar emociones positivas en nuestros visitantes y alivianar sus problemas. Que creamos ambientes para su bienestar emocional y físico. Que se puede ser amable con los desconocidos y competimos entre nosotros por quién genera más júbilo en sus clientes. Que mostramos el Ecuador verde, sostenible, solidario, emprendedor, ecológico, alegre, creativo; independiente de las ideologías.
Que si nosotros fuéramos gobierno haríamos leyes para preservar la inocencia y alegría de los niños. Que la felicidad sería cátedra obligatoria en los colegios y la ética en las universidades. Que legislaríamos para la prosperidad laboral enlazada al ocio y descanso bien merecidos. Que nadie es enemigo ni rival; sino complemento. / GC