Por: Guido Calderón
Los conceptos de raza existen desde inicios de la humanidad, en función del color de la piel, pelo, idioma, etc.; muchos aspectos son adaptaciones al ecosistema que habitamos los humanos. Es la explicación más simple de raza. En el mundo las personas se unen y hermanan en función de factores físicos, territorio, culturas. En la actualidad, conocer estas diferencias son el principal motor del turismo mundial.
En Ecuador con tantos ecosistemas, migraciones e invasiones, se forjaron diferentes reinos y unos dominaron a otros, como en el resto del mundo; pero con el avance de la modernidad, los derechos entre razas se igualaron y el mestizaje fue rápido. Hemos eliminado varias razas: la blanca ya no existe, el socialismo decretó que todos somos mestizos, sea de piel blanca y ojos verdes, o piel canela y ojos cafés.
Igual sucede con los indígenas; este adjetivo engloba a varias razas, no se promociona lo Achuar, Saraguro u otavaleño; no, todos son Turismo Comunitario, sinónimo de penuria económica en medio de paisajes únicos. No existe el menor atisbo de una experiencia indígena de lujo. Tampoco hay parques temáticos que potencien cada cultura, ni souvenirs o arte de alta gama, tampoco eventos que atraigan turistas de mayor capacidad de gasto.
Homogenizadas todas las nacionalidades, da igual ponchos o plumas; lo único constante es la estrechez de instalaciones, que devalúan los rasgos fundamentales de cada nacionalidad, convirtiéndose lo comunitario en una interminable decepción económica nada sostenible, a pesar de lo diferenciada de sus viviendas, gastronomía y formas de vida.
Los pensamientos conducen a las emociones y estas son el combustible de las acciones. Ecuador necesita que las nuevas generaciones de indígenas superen el pensamiento de pobreza inducida por la educación formal y propongan y proyecten un nuevo turismo indígena: fantástico, exuberante, diferenciado, gigante: acorde a su rica diversidad paisajística y cultural.