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Reminiscencias

por Andres Ortega

Por: Pedro Dávila-Jácome

Un nuevo año resplandece y con ello otra oportunidad para rectificar. Evaluar el tránsito por el cuadro ajedrezado de la vida y, prospectar el camino que se aproxima, en equilibrio, para desbastar nuestra propia piedra.

Espacio para agradecer por todo lo que aconteció en mérito a que los vaivenes del día a día decantaron a gozar de la virtud de la gratitud, por tener el privilegio de vivir con salud y la luz de cada día.

Se va un año lleno de aciertos y errores en lo familiar, profesional y personal. Porque no existe receta única para encontrar la perfectibilidad, ni la anhelada felicidad. Quedan las lecciones aprendidas para cerrar ciclos en la dicotomía de la interacción.

Agradecer por aquellos que vinieron a quedarse y sumar. Por quienes no son producto del azar o la casualidad sino fruto de la causalidad. Porqué incluso aquellos que simplemente se fueron dejan un cúmulo de experiencias a considerar.

Porqué gracias a ellos comprendí que no es necesario pensar como aquellos para encajar en el espacio, sino valorar que en el disentimiento es posible construir mejores acuerdos en la gracia de la sabiduría; libre del arribismo y, el malsano interés a través de la adulación y el oportunismo.

Porqué gracias a aquellos que me ofendieron con sobresaltos y agravios, entendí que la serenidad y la prudencia, desencaja y desenmascara el narcisismo y la egolatría y, que la práctica del respeto debe ser diáfana, en franqueza, libre de cálculos y sobresaltos.

Tiempo de reconocer a quienes nos enseñaron a ser más fuertes y resilientes, aquellos que viven realidades dolorosas, porqué en el silencio de sus batallas, nos demostraron que con fortaleza y esperanza es posible enfrentar los desafíos de la lucha por la vida en medio de los avatares y dificultades. Gracias a ustedes porqué continúan siendo fuente de inspiración y admiración.

Gratitud infinita a quienes nos aman sin condiciones, pese a nuestros múltiples defectos y equivocaciones. Porqué nos enseñan que el don del perdón se envuelve en el sentimiento más puro que es el amor. Porqué el perdón jamás será aprobación ni olvido. Pero es un gesto de amor propio, de paz y tranquilidad para sanar heridas, soltar el pasado y retomar con fuerza el presente que nos rodea.

Gracias a quienes estuvieron presentes en momentos en los que más necesitaba una sonrisa, un abrazo, una escucha activa. Quienes fueron ese destello de luz en el camino y que permitieron no desmayar en la adversidad, que siguen siendo un sostén fundamental en la completitud de la existencia; pocos, los justos y los necesarios. Aquellos que nos enseñan que colapsar está bien para luego recuperar la fuerza y vigor con temperancia.

Con esta reminiscencia deseo a todos que este nuevo reinicio nos encuentre en permanente vibración, fuera de lo estático y la monotonía, para trascender en medio de un constante cambio en el tiempo y el espacio con amor, gratitud y alegría a través del perdón como fuente de transformación.

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