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La crítica secuestrada

por Andres Ortega

Por: Paulo César Gaibor

En Ecuador, la política se ha vuelto una cuestión de trincheras. Aquí, si criticas al gobierno, eres su enemigo. Si lo defiendes en algo, eres su fanático. Da igual si la crítica es válida o si el elogio tiene fundamento. Lo único que importa es en qué bando estás.

Y así vamos, hundidos hasta el cuello en un juego ruin donde la verdad es lo de menos. En un país donde la justicia no ofrece garantías y donde cualquier acusación —sea judicial o periodística— genera más dudas que certezas, lo que realmente importa no es si algo es legal o moralmente cuestionable. Lo que importa es a quién beneficia y a quién perjudica.

¿Se investiga un caso de corrupción? No faltará quien, antes de preguntarse si el acusado es culpable, quiera saber si la denuncia viene de un aliado o de un enemigo político. ¿Un medio publica una revelación comprometedora? No interesa si es verdad o mentira; lo primero es ver a quién le conviene la noticia. La verdad, como siempre, es la gran desaparecida.

Y ahora, en plena elección, esta mentalidad de hinchada de fútbol se acentúa. Hay dos opciones y, según el manual del fanático, elegir implica callar ante los errores del propio bando y atacar sin tregua, al contrario. No importa la coherencia. No importa la razón. Importa la camiseta que llevas puesta.

Pero hay algo que no se dice lo suficiente: todo gobierno es falible. Todo partido tiene aciertos y errores. Todo líder toma decisiones cuestionables. Y si algo no podemos permitirnos, gane quien gane, es perder la capacidad de criticar, vigilar y exigir.

Así que lo digo claro: la adhesión ciega es la muerte del pensamiento libre. No hay peor esclavitud que la de quien renuncia a su derecho a cuestionar. Porque el poder, sea del color que sea, se alimenta del silencio de sus seguidores. Y cuando los que debían fiscalizarlo se vuelven porristas, el resultado siempre es el mismo: abuso, corrupción y ruina.

En este juego de lealtades ciegas, el único que siempre pierde es el ciudadano que prefiere aplaudir antes que pensar.

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