– ¡Ele… que´s ps, compadre Indiscreto! ¡¿Qué hace andando en paños menores?!
– ¿Paños menores? Jajaja. Nada de eso, compadrito Ulbio. Estoy usando mi nuevo traje invisible.
– ¡¿Traje invisible?! ¡Pero… yo no veo nada!
– Pues, de eso se trata, por eso es invisible; porque no se le puede ver.
– Ah ya; ya veo.
– ¡¿Cómo que “ya veo”?!
– Digo que ya entiendo; con razón no se le puede ver.
– Bueno, tampoco eso es totalmente cierto, porque este traje invisible si se lo ve, nada más que solamente las personas inteligentes pueden verlo, las personas tontas no pueden verlo. ¿Lo ve usted?
– Este… Ah… Sí, sí… Viéndolo a contraluz como que empiezo a notar algo.
– Jajaja. Mi ingenuo compadrito. Solo me lo estoy vacilando. La verdad estoy en estas fachas porque me estoy probando mi traje de baño. ¿Acaso se creyó lo del traje invisible?
– ¡Pero cómo me voy a creer eso! Solo le estaba siguiendo la corriente. ¡Quién va a creer eso!¡Acaso que no soy tonto!
– Pues, hubo una vez hubo un sastre muy locuaz y cuentero que logró engañar a un emperador diciéndole que le haría un hermoso traje, pero lo fabricaría con una tela muy pero muy especial que solamente los inteligentes podrían verlo, los tontos no.
– No creo que alguien se atreva a tanto… ¡Imagínese! Tratar de engañar al gobernante de todo un país o un imperio.
– Pues no se lo crea, compadre; hay personas que si son capaces de tales proezas.
– ¡¿Dónde hay, pues. personas así?!
– Aquí mismo; en nuestra ciudad.
– ¡¿En nuestra ciudad?! ¿Quién es, pues, esa persona tan osada?
– Pues el mismísimo señor alcalde.
– ¡¿El señor alcalde?! ¡¿Cuándo el señor alcalde ha hecho algo así?!
– Aún no lo ha hecho; pero está pensando hacerlo. Figúrese que ha prometido traer al presidente de la República…
– ¡¿Al presidente de la República?! ¿Y le va a regalar un traje invisible?
– No. A diferencia de aquel sastrecillo medieval, nuestro alcalde le va a mostrar las obras invisibles que ha construido en el cantón para beneficio de sus conciudadanos y conciudadanas.
– ¡¿Obras invisibles?! ¡¿Pe… pero cómo?! Si en esta ciudad casi no ha habido obras.
– Se equivoca, compadre. Sí hay obras, pero solo las personas inteligentes pueden verlas.
– ¡No me joda compadre! O sea que los que no somos inteligentes tenemos que andar tropezándonos por ahí con las obras invisibles del alcalde.
– Jaja. Usted sí piensa cuando hace un esfuerzo, compadre. Por eso mismo; porque no hay gran obra que mostrar, habrá que convencer al señor presidente que ante sus ojos se encuentran obras maravillosas que solamente las personas inteligentes pueden verlas.
– Jaja. Ni que el señor presidente fuera tan tonto para creer esa majadería.
– Pues, si no las ve quiere decir que es un tonto.
– Nada de eso, compadre; el Guillo más bien se ha de cabrear si le quieren hacer esas bromas.
– ¿Por qué? Si el también es un gran hacedor de obras invisibles.
– ¿Dónde pues? No hay obras visibles ni invisibles… ¡No hay nada!
– ¡¿No ve como dice?! Que ha creado miles de puestos de trabajo invisibles para gente invisible que ahora disfrutan de un salario mensual invisible… ¡Y muchos si se lo creen!
– Pero solo los tontos. Porque acá no se ha visto ninguna obra invisible.
– ¡Otra vez, compadre! ¡Cómo se va a ver si son obras invisibles! Y el señor presidente es más audaz todavía que el señor alcalde… ¡No ve que hasta nos volvió invisible la sucursal del Banco del Pacífico!
– O sea que lo que vamos a tener aquí es un concurso de magos que hacen las cosas invisibles.
– Más bien un concurso de natación, diría yo.
– ¡¿Concurso de natación?! ¿Y cómo así ah?
– Porque los dos se la pasan felices como peces en el agua.
– ¡¿Cómo peces en el agua, dice?!
– Sí; nada por aquí y nada por allá. Je je je