Por Mihaela Badín.
Los líderes políticos mundiales atienden a la “Diferencia” porque les es más rentable electoralmente. Una sociedad libre y evolucionada debería pensar en generar más soluciones y conciencia.
Los pensadores bosquejan ya cómo será el mundo después del Covid19. Joseph S. Nye, el artífice del concepto “poder blando” (“soft power”), plantea varios escenarios: el fin del orden liberal globalizado; un desafío autoritario al estilo de los años treinta; el predominio mundial de China; y, el triunfo de una agenda internacional verde.
Varias de estas disyuntivas, también formula Daron Acemoglu, conocido por su ensayo “Por qué fracasan los países” (2012). Ostenta cuatro posibles horizontes: el del auge del poder autoritario, pero eficiente, por influjo del modelo chino; el del dominio tecnológico sustentado en los gigantes de Internet; el del fortalecimiento del Estado de bienestar clásico, ‘el Estado del bienestar 3.0’; y el de la pasividad, el de no hacer nada.
Byung-Chul Han, filósofo surcoreano, no habla de escenarios globales, pero recalca que el coronavirus apresura algunos males de estos tiempos, que él ya había advertido en algunos de sus ensayos: el cansancio, la autoexplotación, el videonarcisismo, la digitalización, la histeria por la salud… También considera que estamos ante un “punto de inflexión”. Mucho más radical es el esloveno Slavoj Zizek, quien, en su último libro, “Como un ladrón en pleno día”, insiste en que el capitalismo se descompone.
Son varios los diagnósticos, pero solo hay una certeza: la democracia liberal está amenazada.
Los filósofos de referencia ponen el énfasis en resguardar la democracia liberal prestando atención a la “desigualdad”. En cambio, los líderes políticos mundiales atienden a la “diferencia” porque les es más rentable electoralmente. Una sociedad libre y evolucionada debería pensar en generar más soluciones y conciencia.