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Segundo Abel Barroso y su historia en la salud de Pastaza

por Andres Ortega

Nacido en el Pingue del cantón Baños de Agua Santa, emigró a Puyo a los 4 años de edad. Sus hermanos ya vivían en Puyo, sus padres se dedicaban al cultivo de la naranjilla.

Su infancia la pasó entre la escuelita de Huambaló y la Fray Alvaro Valladares. Más adelante estudió en el colegio Vicentino (1972). De ahí se trasladó a la ciudad de Quito a estudiar medicina. Aunque inicialmente no estaba seguro de la su carrera, recuerda que su inspiración en la infancia fue Gilberto Díaz, el primer enfermero de Puyo, de manera formal, pero en realidad, Díaz fue el primer médico de la ciudad, ya que dominaba toda el área de la salud mejor que nadie en aquel entonces. Al observarlo, el pequeño Abel se dijo a sí mismo “cuando sea grande, quiero ser como él”.

En su niñez, el camino a la finca de sus padres era muy complicado, mucho lodo, los caminos empalizados. Las lluvias eran más abundantes y más frecuentes que hoy, ya que había más árboles, pero el esfuerzo diario dio sus frutos. Gracias a que provino de una familia de campesinos, gozó de una muy buena alimentación a bases de granos y tubérculos que en ese entonces se comían únicamente cocidos. De sus padres aprendió además la virtud de la humildad.

Gracias a sus destacadas calificaciones en el Colegio, su padre, con mucho esfuerzo, se comprometió a apoyarle económicamente para que acuda a la ciudad de Quito a estudiar medicina. Antes le ofrecieron que sea profesor en el mismo colegio Vicentino o en el Sindicato de Choferes Profesionales de Pastaza, pero optó por emigrar a la capital.

Nunca se había ido a Quito y del mismo modo, nunca se había puesto terno como en la ocasión en que tuvo que ir a inscribirse junto a otros 1200 estudiantes del país a la carrera de medicina de la Universidad Central. Estaban jóvenes provenientes de los mejores colegios del país, pero nuestro personaje fue admitido en el puesto número 16, hazaña que ni él mismo se creía.

Gracias a que su hermano era militar, tuvo acceso al hospital de las Fuerzas Armadas, para la realización de sus prácticas preprofesionales. La experiencia fue formidable. Gracias a la misma, se abrió para él la posibilidad de ingresar como médico residente. Había 16 plazas para 200 aspirantes. Una vez más, logró ingresar.

Pasó un tiempo y pese a que el Hospital Militar gozaba de prestigio nacional, decidió renunciar a su trabajo y regresar a Puyo para acompañarle a su madre, ya que se quedó sola tras el fallecimiento de su padre. Es así que instaló su consultorio con la especialidad de pediatría. Tenía una muy buena formación y le fue muy bien. Ingresó a laborar al Centro de Salud del barrio Mariscal donde obtuvo su nombramiento en el Ministerio de Salud Pública y más adelante lo transfirieron al Hospital Puyo. Brindó sus servicios por muchos años y vivió el proceso de transición hacia el nuevo Hospital General Puyo, donde finalmente se jubiló.

Dentro de su hoja de vida, fue por tres ocasiones director provincial de Salud, director del Hospital Puyo, presidente del Colegio de Médicos de Pastaza y presidente de la Asociación de Empleados de la Salud.

En su mensaje final para las nuevas generaciones, les aconsejó que dejen el alcohol, el cigarrillo, el celular y mejor se pongan a realizar actividad física y mantener la mente ocupada en cosas productivas.

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