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TURISMO A LA CONTAMINACIÓN

por Andres Ortega

Por: Guido Calderón

Mi obligación era -en las noches- sacar las botellas de cristal vacías hasta el pie de la puerta de calle y en las mañanas recoger las botellas llenas de leche y llevarlas a la cocina. Debía buscar la botella de cristal e ir a la tienda donde me daban una gaseosa llena, siempre y cuando la que entregaba estaba en buenas condiciones, caso contrario, se debía pagar por otro envase de cristal.

Las empresas de gaseosas y de leche, gastaban dinero en la recolección de los envases, su transporte hasta la fábrica, apilamiento, puesta en la banda de lavado y posterior llenado. También implicaba gastos, el transportar las botellas hasta cada uno de los hogares que dejaron las botellas vacías afuera de sus casas; o hasta las tiendas, en el caso de las gaseosas.

Con la reducción de costos se impusieron los envases no retornables, tanto botellas como fundas desechables, ahorran costos logísticos, sueldos y salarios, reposición de envases dañados, tapones nuevos, maquinaria, bodegaje, desinfección, guardianía, etc.; costos trasladados hoy al consumidor que paga el plástico y a los municipios que deben recoger y procesar.

En pocas décadas el planeta y especialmente los mares, están hiper contaminados de plásticos desechables y a pesar de las alarmas ambientales, poco se hace en LA por eliminar los de un solo uso; al contrario, su consumo se triplicó en la pandemia cuando el delivery se convirtió en un nuevo y rentable negocio.

Hace unos meses navegue por el río Puyo con unos 2 metros debajo del nivel habitual y el paisaje fue dantesco. Plásticos podridos enganchados en las ramas de los árboles, daban la imagen de una destrucción apocalíptica. Se navega sobre las aguas servidas y sin tratamiento de Riobamba, Ambato, Latacunga, una docena de poblados pequeños y miles de familias campesinas que arrojan basura y mucho plástico.

Incluso, caminar por remotos bosques a 4.000 metros de altura entre el Tungurahua y El Altar, implica encontrar botellas plásticas, de las cuales los ambientalistas no opinan con la fuerza que sí lo hacen sobre selvas que ni siquiera conocen, como el Yasuní.

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