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La estrella de Diego

por Andres Ortega

– ¡¿Qué le pasa compadre Indiscreto?! ¡¿Por qué tan cabizbundo y meditabajo?!

– Es que… snif… ¡Se nos fue Diego, compadre Ulbio!

– Sí, sí; fue un gran futbolista… ¡Pero no es para tanto! Además, ¡usted ni siquiera lo conocía personalmente!

– ¡¿Futbolista?!… Bueno, a veces sí jugaba al fútbol y jugaba muy bien…

– ¡¿Pero… Qué dice, compadre?!… ¡Fue uno de los mejores futbolistas del mundo!

– Bueno, era un buen futbolista pero no es para tanto; yo también he jugado alguna vez con él.

– ¡Pero! ¡Cómo!… ¡No sea mentiroso, compadre! ¡Cómo va a jugar usted al fútbol con él! ¡¿Acaso me va a decir que era su amigo también?!

– Claro que lo conocía, era un muy buen amigo y compañero de trabajo…

– ¡Ya, ya! ¡¿Acaso me quiere ver la cara de gil?! Eso nadie le cree, compadre. ¿No me dirá que usted jugó en el Boca Juniors de Argentina o en el Napoli de Italia?!

– ¡¿Pero… De quién rayos me está hablando usted, compadre?!

– Pues, ¿de quien estamos hablando?… ¡De Maradona pues!!!

– ¡Ah no pues, compadre! Hemos estado en distinto baile. Yo estoy hablando de nuestro querido amigo Dieguito Morocho, director del área de diseño de nuestro querido semanario El Observador.

– Oh… Perdón… No lo sabía… Como yo salgo solo los viernes.

– Así es compadre; se trata de otro Diego, uno más cercano a nosotros y uno de los responsables de nuestra existencia. Acuérdese que nosotros solo somos ficticios…

– ¿Y qué tiene que ver la religión?

– ¿Cuál religión? ¿De qué me habla compadre?

– No dice que somos fic… ¡¿Cómo dijo que somos?!

– Ficticios, somos personajes ficticios; o sea que no tenemos cuerpo físico, vivimos en una realidad paralela.

– ¿Para cuál lela?

– ¡Paralela! Quiero decir que solo vivimos en la imaginación de quien nos crea y de quien nos lee. ¿Me entendió?

– Bueno… Digamos que sí. Oiga, entonces, las personas de las que aquí hablamos también son ficciosas?

– Ficticias, compadre; fic-ti-cias. Por eso las personas del mundo real no deben enojarse con nosotros porque cualquier parecido con la vida real es mera coincidencia.

– ¿Es Mera? ¡¿Y dónde queda Arajuno?!

– ¡Bah, compadre! Usted siempre me confunde las cosas; quiero decir que es una simple coincidencia.

– Yo oí clarito que usted dijo: “Mera”.

– Mero o mera quiere decir que es puro, simple. O sea que yo me refería a que es pura o simple coincidencia, y no estaba hablando del bello cantón Mera, eso es otra cosa.

– Bueno, compadre; lo que no entiendo es cómo, si somos personajes ficticios… ¡¿Por qué me siento triste?!

– Es natural, compadre Ulbio; porque, aunque seamos personajes ficticios, representamos también el espíritu de este importante medio de comunicación, y Diego Morocho es parte de nuestra familia creativa.

– Comprendo, compadrito Indiscreto. El Observador es el escenario de nuestra existencia, y hemos perdido uno de sus pilares fundamentales… ¡¿Qué sería de nosotros si no hubiera este periódico?! ¡Dejaríamos de existir para siempre!

– Así mismo es, compadrito… Pero como nosotros somos personajes ficticios no importará nuestra ausencia; los que importan son las personas reales, a ellas nos debemos y por ellas existimos. Por eso debemos extender nuestra nota de pesar a la querida familia de Dieguito: A don Luis, su padre; a doña María, su madre; a su hermano José Luis, a su pequeño hermano Christian y a todos sus demás familiares, amigos y compañeros de trabajo.

– Así es compadre; y que sepan que aunque seamos ficticios estamos con ellos en estos duros momentos y estamos tristes por la partida de Dieguito. Es como si hubiéramos perdido un hermano, o un padre.

– Tiene razón, compadre. Y que de ahora hasta siempre, la estrella de Diego Morocho Janeta brillará por siempre en nuestro querido semanario El Observador.

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