La nación ecuatoriana ha transcurrido por 10 años de absolutismo, un legado que tomó fuerza durante la última presidencia – de la mano de un estado obeso y propagandístico, que en innumerables instituciones sigue teniendo la marca dictatorial. Cuando, retornamos la vista hacia aquel estado en donde el gobierno era – el partido, el poder electoral y por último el juez decisivo en temas económicos y sociales; no podemos dejar el análisis de la última década política donde se ha sostenido un estado de completa propaganda a un ritmo sin precedentes en la historia republicana. El 2016, fue un año de definiciones electorales. El oficialismo, con el Presidente Correa a la cabeza, celebraba con bombos y platillos la década gobiernista mediante una convención nacional y puso en escena, como en varias otras ocasiones, el gran enlace de procesos democráticos internos para designar a su candidato oficialista.
El partido de gobierno, apostó por una difusión comandada al más alto nivel, en un estado económicamente limitado y en proceso claro de recesión desde aquel entonces. El presidente Rafael Correa, hizo campaña electoral sin tregua en todos y cada uno de sus encuentros con la prensa, enlaces ciudadanos, boletines e informativos de canales y medios de comunicación gubernamentales. Durante el año propagandístico 2016 – el desespero gobiernista – por mantener el poder democrático del pueblo ecuatoriano, con propaganda aplastante – el gobierno supo maquillar muy bien – como ya era normal, todas las cifras posibles, y duplicó sus esfuerzos para mantener a buen recaudo la información comprometedora; sobre todo, los reportes económicos que luego fueron el boom de Moreno. Pero en medio de procesos electorales, el país mantuvo una comunicación bastante limitada a la verdad, poco transparente y para nada equitativa en temas de propaganda electoral.
De manera pública floreció la guerra oficial, una beligerancia de propagandismo, un 2017 que inició con grandes expectativas, en un proceso electoral que no pudo arrancar ese tan anhelado 40% en primera vuelta y que al mismo tiempo, fue el detonante para que el periodismo se volviera un arma vital, necesaria, urgente y transparente hacia la segunda vuelta presidencial. Sin lugar a dudas, la propaganda convencía, los políticos oficialistas se habían beneficiado de ella y es la herramienta fundamental para llegar al poder. El 2021 se acerca, y aquella reflexión sobre el año electoral de la última campaña presidencial, debería ser la salida del estado de propaganda o será acaso el proceso de permanencia en el oficio de no ciudadanía, no democracia informativa, y no oportunidad para el pensamiento crítico. Los comicios de 2021, marcarán la síntesis electoral de la nueva década y de una vez, y por todas, conoceremos el fin o el continuismo del estado de propaganda ecuatoriano – mismo que ha reinado durante los últimos años
Por Byron Jonás Naranjo Cando
POLITÓLOGO – THE CITY UNIVERSITY OF NEW YORK
AECIP – Asociación Ecuatoriana de Ciencia Política